viernes, 21 de marzo de 2014

21 de marzo de 2014, viernes


viernes segunda semana

Gen 37,3-28   Sal 104   Mt 21,33-43.45-46
 
 
 
La herencia...
 
 

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?" Le contestaron: "Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos." Y Jesús les dice: "¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos." Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque buscaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.




Reino que es anunciado en Cristo Jesús

     El verdadero protagonista del Reino de Dios no es el hombre que lo construye sino el Reino que viene. El Reino de Dios es la gloria de Dios que se hace presente entre los hombres. “Para gloria de Dios Padre” (Fil 2,11). Y se realiza en proporción a cómo el hombre lo reconoce, lo acoge y lo anuncia. El Reino de Dios se identifica con la presencia misma de Dios. Con la venida de Jesús ya está presente, pero es un comienzo que anuncia la plenitud.

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