jueves, 19 de julio de 2012

Méjico 2012_04

Tras dos semanas de silencio porque estábamos en una comunidad sin ordenadores y sin prisas ya estamos en la misión central, donde, si al llegar nos parecía un lugar con poco desarrollo tecnológico ahora nos parece estar en altos niveles comparando de donde venimos.

La comunidad en la que hemos estado se llama Zohuala. Hablan mucho nahuatl allí, pero con buena voluntad y alguien que nos traducía nos hemos hecho entender. Los niños hablan todos también el español porque la escuela es bilingüe. Ha sido un placer por el trato que nos han dado desde el inicio, y que se ha ido incrementando poco a poco (los indígenas son poco comunicativos, pero si van ganando confianza se expresan a su modo, sobre todo regalando flores). Nuestras actividades se centraban en la tarde: de cinco a seis juegos con los niños (venían unos 40), de siete a ocho charlas con los jóvenes y los adultos, y a las ocho o misa o rosario (los días en que yo iba a celebrar misa a otra comunidad cercana, media hora a pie por un camino precioso entre bosques de bambú y a la vuelta de noche rodeado de luciérnagas). Pero más allá de lo que hemos hecho como actividad está lo que hemos recibido (siempre queda la sensación de recibir mucho más de lo que se da): hemos visitado a todas las familias en sus casas y siempre hemos sido bien recibidos (o nos invitan a beber algo o nos daban algo para comer en casa), hasta como digo ir incrementando su confianza y despedirnos con una auténtica montaña de flores, de botellas, galletas, fruta... Incluso nos han dado dinero (¿quién es el pobre aquí?).Cuando hay encuentro auténtico, y en este caso creo que lo ha habido, salimos todos enriquecidos.
El grupo de chicas que está conmigo ha estado a la altura (los mejicanos dirían "a todo dar"), muy disponibles en todo momento, cercanas a las personas que encontrábamos, transmitiendo alegría... y hasta un día se animaron a cocinar spaghetti y tortilla de patatas con mucho éxito. La única pega es que no me han lavado la ropa...
Duele ver que la población joven de las comunidades se desplaza para trabajar a las grandes ciudades del país (Monterrey y Guadalajara sobre todo), que hay poca vida y que los jóvenes encuentran poco aliciente para vivir en estos pequeños pueblos (en estos días uno de los evangelios hablaba de la mujer que perdía sangre años y años, me recordaba a esta población), pero siguen tan apegados a su tierra que en diciembre, para celebrar la Guadalupana y la Navidad, volverán un mes de vacaciones, y cuando consigan el dinero suficiente para construirse una casa volverán definitivamente. Para los pocos jóvenes que había nuestro paso ha sido una bocanada de entusiasmo, ver su comunidad con un aire más juvenil.

Ahora vamos a pasar dos días de descanso en la misión central, lavando ropa (se le ha ocurrido ponerse a llover tras nuesto lavado, así aclara dos veces) y preparando la visita a la otra comunidad en la que pasaremos seis días. Esa comunidad se llama La Laja. Nos han dicho que está en un lugar muy bonito, pero que a la vez le falta un poco de organización.

Y en medio de todo esto el gustazo de ver estos paisajes que, tomando prestada una frase que acabo de leer, parece que Dios los ha pintado diez minutos antes de nuestro paso para que los disfrutemos. Además de las montañas, ¡qué cantidad de colorido hemos visto en las flores, las mariposas, los pájaros y los vestidos de las mujeres!
Seguramente no pueda comunicar otra vez hasta dentro de una semana, a la vuelta de La Laja.
Gracias por los mensajes recibidos (no respondo personalmente por falta de tiempo y de velocidad de conexión) y hasta la semana que viene.
Antxon

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