Tras dos semanas de
silencio porque estábamos en una comunidad sin ordenadores y sin prisas ya
estamos en la misión central, donde, si al llegar nos parecía un lugar con poco
desarrollo tecnológico ahora nos parece estar en altos niveles comparando de
donde venimos.
La comunidad en la que hemos estado se llama Zohuala. Hablan mucho nahuatl
allí, pero con buena voluntad y alguien que nos traducía nos hemos hecho
entender. Los niños hablan todos también el español porque la escuela es
bilingüe. Ha sido un placer por el trato que nos han dado desde el inicio, y
que se ha ido incrementando poco a poco (los indígenas son poco comunicativos,
pero si van ganando confianza se expresan a su modo, sobre todo regalando
flores). Nuestras actividades se centraban en la tarde: de cinco a seis juegos
con los niños (venían unos 40), de siete a ocho charlas con los jóvenes y los
adultos, y a las ocho o misa o rosario (los días en que yo iba a celebrar misa
a otra comunidad cercana, media hora a pie por un camino precioso entre bosques
de bambú y a la vuelta de noche rodeado de luciérnagas). Pero más allá de lo
que hemos hecho como actividad está lo que hemos recibido (siempre queda la
sensación de recibir mucho más de lo que se da): hemos visitado a todas las
familias en sus casas y siempre hemos sido bien recibidos (o nos invitan a
beber algo o nos daban algo para comer en casa), hasta como digo ir
incrementando su confianza y despedirnos con una auténtica montaña de flores,
de botellas, galletas, fruta... Incluso nos han dado dinero (¿quién es el pobre
aquí?).Cuando hay encuentro auténtico, y en este caso creo que lo ha habido,
salimos todos enriquecidos.
El grupo de chicas que está conmigo ha estado a la altura (los mejicanos dirían
"a todo dar"), muy disponibles en todo momento, cercanas a las
personas que encontrábamos, transmitiendo alegría... y hasta un día se animaron
a cocinar spaghetti y tortilla de patatas con mucho éxito. La única pega es que
no me han lavado la ropa...
Duele ver que la población joven de las comunidades se desplaza para trabajar a
las grandes ciudades del país (Monterrey y Guadalajara sobre todo), que hay
poca vida y que los jóvenes encuentran poco aliciente para vivir en estos
pequeños pueblos (en estos días uno de los evangelios hablaba de la mujer que
perdía sangre años y años, me recordaba a esta población), pero siguen tan
apegados a su tierra que en diciembre, para celebrar la Guadalupana y la
Navidad, volverán un mes de vacaciones, y cuando consigan el dinero suficiente
para construirse una casa volverán definitivamente. Para los pocos jóvenes que
había nuestro paso ha sido una bocanada de entusiasmo, ver su comunidad con un
aire más juvenil.
Ahora vamos a pasar dos días de descanso en la misión central, lavando ropa (se
le ha ocurrido ponerse a llover tras nuesto lavado, así aclara dos veces) y
preparando la visita a la otra comunidad en la que pasaremos seis días. Esa
comunidad se llama La Laja. Nos han dicho que está en un lugar muy bonito, pero
que a la vez le falta un poco de organización.
Y en medio de todo esto el gustazo de ver estos paisajes que, tomando prestada
una frase que acabo de leer, parece que Dios los ha pintado diez minutos antes
de nuestro paso para que los disfrutemos. Además de las montañas, ¡qué cantidad
de colorido hemos visto en las flores, las mariposas, los pájaros y los
vestidos de las mujeres!
Seguramente no pueda comunicar otra vez hasta dentro de una semana, a la vuelta
de La Laja.
Gracias por los mensajes recibidos (no respondo personalmente por
falta de tiempo y de velocidad de conexión) y hasta la semana que viene.Antxon
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