viernes, 4 de octubre de 2013

Mes misionero, 4 de octubre

San Francisco de Asís
 
ORACIÓN

Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que
allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.

Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.

Porque es dándose como se recibe,
es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.

EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 10,13-16)

En aquel tiempo, dijo Jesús: "¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado."

TESTIMONIO MISIONERO

San Francisco en el asedio de Damieta (Egipto)

Francisco se embarcó en Ancona, rumbo a Palestina y a Egipto, donde se desarrollaba la Quinta Cruzada. Las cruzadas empezaron en el año 1095 con la intención de liberar Jerusalén y los Santos Lugares, pero en tiempos del Santo la verdadera finalidad, en contra de los deseos de Inocencio III y de Honorio III, ya no era recuperar Jerusalén, sino conquistar tierras y extender el dominio occidental por todo el Mediterráneo. De ahí la toma del imperio cristiano bizantino de Constantinopla (Cuarta Cruzada, 1202-1204) y el asedio de Damieta, en el delta del Nilo (Quinta Cruzada, 1218-1220), como primer paso para dominar el país de Egipto.  

En una de las escasas treguas entre los combatientes, Francisco y su compañero fray Iluminado cruzaron el río en barca y se dirigieron al campamento musulmán. Antes habían rezado el salmo 23: "El Señor es mi pastor". La vista de unas ovejas le recordó las palabras de Jesús: "Os envío como ovejas en medio de lobos".  

El Sultán se llamaba Melek el Kamel. Era nieto de Saladino. Francisco le explicó que no los enviaba nadie, ni querían pasarse al Islam. "Somos embajadores de nuestro Señor Jesucristo -le dijo- y traemos un mensaje de su parte, para ti y tu pueblo: que creáis en el Evangelio". También le explicó que, por el bien de su alma, estaba dispuesto a demostrarle, en presencia de los sabios de su reino, que su religión era falsa, no con argumentos bíblicos (pues no creían en las Escrituras), ni racionales (pues la fe está muy por encima de la razón), sino entrando él y sus jefes religiosos en una gran hoguera. "Y si me quemo -terminó diciendo- atribúyelo a mis pecados, pero si no, será señal de que tu religión es falsa, y tú te harás cristiano y creerás en Cristo, fuerza y sabiduría de Dios y Señor y Salvador de todos". El rey respondió:  "No puedo hacer esto, mi gente me mataría a pedradas". La propuesta de San Francisco puede parecer descabellada, pero lo que hizo fue aceptar el reto que un día Mahoma, fundador del Islam, lanzó al obispo y a los cristianos de Nadjam, que acudieron a Medina a rendirle pleitesía y prefirieron someterse, antes que pasar aquella prueba. 

Melek el Kamel ordenó que curasen a los dos hermanos de las heridas sufridas durante el arresto, y que los atendiesen con todo respeto. Francisco y su compañero pudieron exponer libremente la palabra de Dios a los musulmanes, aunque sin éxito, pues la mayoría los miraba con hostilidad y desconfianza. No así el Sultán, que cada día conversaba con él y ponía a prueba su fe y su sabiduría. "Que venga ese hombre -decía- que parece un verdadero cristiano". Y Francisco aprovechaba para hablarle de Cristo.

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