domingo, 13 de octubre de 2013

Mes misionero, 13 de octubre

XXVIII domingo del tiempo ordinario

 ORACIÓN

Padre de bondad,
Tú que eres rico en amor y misericordia,
que nos enviaste a tu Hijo Jesús para nuestra salvación,
escucha a tu Iglesia misionera.

Que todos los bautizados
sepamos responder a la llamada de Jesús:
"Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos".

Fortalece con el fuego de tu Espíritu
a todos los misioneros y misioneras
que en tu nombre anuncian
la Buena Nueva del Reino.

María, Madre de la Iglesia
y Estrella de la Evangelización,
acompáñanos y concédenos
el don de la perseverancia
en nuestro compromiso misionero. Amén

EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 17, 11-19)

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros."

Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes."

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?"

Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado."

TESTIMONIO MISIONERO

SOLO EL SAMARITANO VOLVIÓ A AGRADECER (Lc. 17,18)

Terminaba yo de desayunar cuando apareció el catequista del pueblo de Zymu (Burkina Faso) y me anunció que había venido con un grupo, que quería saludarme. Nos instalamos en el patio de la casa parroquial a la sombra de un árbol. Por sus largas túnicas blancas y sus gorros redondos percibí que eran musulmanes. El más joven traía dos gallos blancos – ave que se ofrece sea para los sacrificios, sea para agradecer a alguien por un favor alcanzado -. Después de los saludos de rigor, que duran bastante tiempo, pues cada uno se interesa por todos y más después de 15 años de ausencia, el jefe de la delegación, en buen francés, me dice: “Padre Molina, cuando oímos en nuestro pueblo que ibas a venir a la fiesta de Tugán, los representantes de la comunidad musulmana nos dijimos: Tenemos que ir a saludar al Padre y agradecerle lo que hizo por nosotros. Ahora conseguimos tener una escuela primaria completa de seis aulas, pero si tú no nos hubieras ayudado para cubrir la primera escuela, aún no tendríamos nada. Por eso en señal de nuestra gratitud dígnate aceptar estos dos gallos.” Aquel lunes, los dos pollos alegraron el frugal menú de la comunidad sacerdotal, donde me hospedé durante mi estancia en mi antigua parroquia.

Ahora os explicaré el motivo de este agradecimiento. Allá por l986, estaban construyendo la primera escuela del pueblo. Era un edificio de adobes con tres salas de aula, lo suficiente para empezar una escuela rural elemental – mitad del ciclo de la Enseñanza Primaria Oficial-. Llegados a la altura del tejado, no tenían dinero para comprar las chapas de zinc o de fibrocemento para cubrir. Hechos los cálculos, necesitaban  unos 1.500 euros. Yo no los tenía, pero me acordé del ofrecimiento que me hiciera una enfermera francesa cooperante, que trabajó en Tugán. Esta chica era de familia protestante, su padre era pastor de la Iglesia Reformada de Francia. Al regresar a su tierra, esta chica se casó con un ingeniero agrónomo, cooperante como ella, perteneciente a una gran familia católica de Nîmes. Pues bien, le escribí pidiéndole ayuda. Ella, a través de un tío suyo, me consiguió la cantidad necesaria, que yo entregué a los musulmanes, responsables por la construcción de la escuela.                                                             

Yo no llamaría a esto diálogo interreligioso; para mí es sencillamente el diálogo de la vida: Pasar por el mundo haciendo el bien sin mirar a quién y sin etiquetas religiosas. Es procurar ser, al estilo de un Charles de Foucauld, el HERMANO UNIVERSAL. Pero mirándolo bien, tiene gracia que un misionero católico pida ayuda a una comunidad protestante para colaborar con un colectivo musulmán...

            Cuando la delegación de los musulmanes se marchó, después de los muchos “salamaleques” de rigor, como es su costumbre, yo me fui a comentárselo al Señor Jesús en la iglesia. Y parecía, que desde el sagrario, Jesús me recordaba que a Él le aconteció lo mismo cuando curó a diez leprosos (Lc. 17,11-19) nueve judíos y uno samaritano. Sólo este último volvió para agradecerle la curación. Jesús extrañado preguntó: ¿No fueron curados diez? ¿Dónde están los otros nueve?...Solamente este extranjero ha regresado para agradecer.

            Cuántas penas y fatigas pasé yo en aquellos mismos años ayudando a las Comunidades Cristianas Rurales por los pueblos del Sahel: pozos, capillas, casas para los catequistas, salas de reunión, dispensarios y maternidades, etc...Sin contar los días de evangelización y las horas de ministerio pastoral. Todo eso era mi trabajo normal, que ante los ojos de los cristianos no merece el agradecimiento. (Ya se lo pagará al padre, al final de sus días, Dios en el Cielo). Sólo los musulmanes de Zymu, al cabo de quince años, se acordaron de venir a agradecer.

            El evangelio se repite: Los hombres del tiempo de Jesús y los de ahora están hechos del mismo barro. Yo Te alabo, Padre, junto con mis hermanos musulmanes de Zymu, porque has manifestado a los “pequeños”, lo que no han comprendido los “grandes”.  

(Antonio Molina, misionero de África)

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