jueves, 31 de octubre de 2013

Mes misionero, 31 de octubre

ORACIÓN

Salgo de Dios en mi ser,
soy y me muevo viniendo,
voy en mi obrar hacia Ti
pudiendo desviarme de mí.
Soy venida amorosa,
marcha misteriosa,
vuelta a veces dolorosa,
cargada de recodos
que hace que mi ser zozobre
en un mar desasosegado
con olas de deseo y de temor
que me hacen remar
contra el que vengo y soy
destruyéndome, agarrándome
en el empeño de vivir
sin ser, volviéndome a la nada,
a mi nada, a Tu ausencia,
 a mi presencia mutilada. 

(Miguel Ángel Isla, hermano marista asesinado en Congo el 31 de octubre de 1996 junto a los también hermanos maristas españoles Servando Mayor, Fernando de la Fuente y Julio Rodríguez) 
 

EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 13,31-35)

En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte." Él contestó: "Id a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos baja las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el que viene en nombre del Señor.""
 

TESTIMONIO MISIONERO

REPÚBLICA CENTROAFRICANA: LA FAMILIA 

Honorine es una mujer bantú que tiene un hijo pigmeo de ocho años. Este hecho singular se explica por un pequeño milagro, uno de esos que suceden en la vida ordinaria, ocultos, sólo visibles para los ojos del corazón.
Los padres de Joel eran pigmeos Su padre murió en la selva mientras recolectaba miel silvestre de los árboles, pocas semanas antes de que él naciera. Y su madre murió poco después del parto, en mitad de la selva. Ambos eran muy jóvenes y Joel era su primer hijo.
Las mujeres pigmeas tienen sus hijos en la selva, siguiendo un rito ancestral. Cuando llega el momento de dar a luz, se alejan del campamento y se adentran en la selva. La acompañan una anciana, que habitualmente hace las veces de comadrona, y el esposo, que le construye una pequeña choza con hojas de banano.
La comadrona tradicional prepara una infusión de hojas y tallos verdes de una planta, a la que denominan yongereyo, que posee propiedades como tónico uterino, de forma que induce y facilita el parto. Y aplica sobre la piel del vientre un unguento preparado con las raíces y cortezas de diferentes árboles. La mujer, con la ayuda del marido, que la sostiene, da a luz en cuclillas.
Sus conocimientos de las plantas medicinales y la experiencia acumulada durante generaciones les permite atender los partos con bastante pericia y normalidad, de una manera higiénica, utilizando como antisépticos la savia de ciertos árboles, por lo que no se producen casos de tétanos neonatal. Después lavan al recién nacido con agua tibia y entierran la placenta en las raíces de un árbol joven, lo que simboliza los mejores augurios para una larga vida.
Si el recién nacido es niño, es recibido por uno de los jefes del poblado; si es niña, por una de las ancianas que cuenta con un reconocido prestigio social en la tribu. Todos están contentos Ese bebé es la vida, un regalo de Dios y de los antepasados, que asegura la continuidad del campamento.
La madre amamanta al bebé durante más de dos años y medio. Lo lleva siempre encima, sobre la cadera, sujeto con una liana. Pero la madre de Joel no tuvo tanta suerte. Hubo complicaciones durante el parto y poco después murió. Las familias de ambos progenitores vivían en diferentes campamentos, bastante alejados, y se negaron a hacerse cargo del recién nacido, cosa que no es nada habitual entre los centroafricanos, pues los niños son una riqueza para las familias.
Así que las mujeres del campamento donde vivían los padres de Joel recogieron al niño y decidieron llevarlo a la misión católica de Mongumba, bastante próxima, que desde hace más de 25 años trabaja en la integración de los pigmeos de la zona. Las dos laicas italianas, que se ocupaban de la misión, Marisa y Lucía, recogieron al recién nacido.
En aquel momento apareció Honorine, una viuda bantú y con tres hijas adolescentes. Honorine accedió a ocuparse del bebé pigmeo, como si fuera su propio hijo, a pesar de todas las dificultades culturales, sociales y económicas. Y el pequeño milagro se produjo.

(Mundo Negro, mayo 2002, pag. 58)

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