jueves, 12 de septiembre de 2013

Lectura misionera de la Biblia, Ana y Samuel

nacimiento y primeros pasos de un profeta 

TEXTO BÍBLICO: 1 Samuel 1,2-3.9-20.24-2,26.3,1-21 

Elcaná tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Feniná. Feniná tenía hijos y Ana no los tenía. Elcaná solía subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor Todopoderoso en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí: Jofní y Fineés.

Una vez, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del templo del Señor, Ana se levantó, y con el alma llena de amargura se puso a rezar al Señor, llorando desconsoladamente. Y añadió este voto: “Señor Todopoderoso, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por vida y no pasará la navaja por su cabeza.”

Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí observaba sus labios. Y como Ana hablaba para sí, y no se oía su voz aunque movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo: “¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡A ver si se te pasa el efecto del vino!”

Ana respondió: “No es así, señor. Soy una mujer que sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha sido de pura congoja y aflicción.”

Entonces Elí le dijo: “Vete en paz. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.”

Ana respondió: “¡Que pueda favorecer siempre a esta sierva tuya!”

Luego se fue por su camino, comió y no parecía la de antes. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: “¡Al Señor se lo pedí!”

Ana crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces subió con él al templo del Señor de Siló, llevando un novillo de tres años, una fanega de harina y un odre de vino. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el niño a Elí, diciendo: “Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo.”

Después se postraron ante el Señor. Y Ana rezó esta oración: “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios, mi boca se ríe de mis enemigos, porque celebro tu salvación. No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe, él es quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, y los cobardes se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, y los hambrientos engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, y la madre de muchos queda baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; el Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes y que herede un trono glorioso, pues del Señor son los pilares de la tierra y sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos mientras los malvados perecen en las tinieblas --porque el hombre no triunfa por su fuerza--. El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da autoridad a su rey, exalta el poder de su Ungido.”

 

Ana volvió a su casa de Ramá, y el niño estaba al servicio del Señor, a las órdenes del sacerdote Elí. En cambio, los hijos de Elí eran unos desalmados: no respetaban al Señor ni las obligaciones de los sacerdotes con la gente. Cuando una persona ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el ayudante del sacerdote empuñando un tenedor, lo clavaba dentro de la olla o caldero, o puchero o cazuela, y todo lo que enganchaba el tenedor se lo llevaba al sacerdote. Así hacían con todos los israelitas que acudían a Siló. Incluso antes de quemar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al que iba a ofrecer el sacrificio: “Dame la carne para el asado del sacerdote. Tiene que ser cruda, no te aceptará carne cocida.” Y si el otro respondía: “Primero hay que quemar la grasa, luego puedes llevarte lo que quieras.” Le replicaba: “No. O me la das ahora o me la llevo por las malas.” Aquel pecado de los ayudantes era grave a juicio del Señor, porque desacreditaban las ofrendas al Señor. Por su parte, el muchacho Samuel seguía al servicio del Señor y llevaba puesto un roquete de lino. Su madre solía hacerle un manto, y cada año se lo llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. Y Elí bendecía a Elcaná y a su mujer: “El Señor te dé un descendiente de esta mujer, en compensación por el préstamo que ella hizo al Señor.” Luego se volvían a casa. El Señor intervino a favor de Ana, que concibió y dio a luz tres niños y dos niñas.

El niño Samuel crecía en el templo del Señor. Elí era muy viejo. Cuando oía cómo trataban sus hijos a todos los israelitas y que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada de la tienda del encuentro, les decía: “¿Por qué hacéis eso? La gente me cuenta lo mal que os portáis. No, hijos, no está bien lo que me cuentan; estáis escandalizando al pueblo del Señor. Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor, ¿quién intercederá por él?”

Pero ellos no hacían caso a su padre, porque el Señor había decidido que murieran. En cambio, el niño Samuel iba creciendo, y lo apreciaban el Señor y los hombres.

 

El niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. Aún no se había apagado la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó: “¡Samuel, Samuel!”

Y éste respondió: “¡Aquí estoy!”

Fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.”

Elí respondió: “No te he llamado, vuelve a acostarte.”

Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.”

Elí respondió: “No te he llamado, hijo; vuelve a acostarte.”

Samuel no conocía todavía al Señor; aún no se le había revelado la Palabra del Señor. El Señor volvió a llamar por tercera vez. Samuel se levantó y fue a donde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.”

Elí comprendió entonces que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo: “Anda, acuéstate. Y si te llama alguien, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha.”

Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes: “¡Samuel, Samuel!”

Samuel respondió: “Habla, que tu siervo escucha.”

Y el Señor le dijo: “Mira, voy a hacer una cosa en Israel, que a los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día ejecutaré contra Elí y su familia todo lo que he anunciado sin que falte nada. Comunícale que condeno a su familia definitivamente, porque él sabía que sus hijos maldecían a Dios y no los reprendió. Por eso juro a la familia de Elí que jamás se expiará su pecado, ni con sacrificios ni con ofrendas.”

Samuel siguió acostado hasta la mañana siguiente, y entonces abrió las puertas del santuario. No se atrevía a decirle a Elí la visión, pero Elí lo llamó: “Samuel, hijo.”

Respondió: “Aquí estoy.”

Elí le preguntó: “¿Qué es lo que te ha dicho? No me lo ocultes. Que el Señor te castigue si me ocultas una palabra de todo lo que te ha dicho.”

Entonces Samuel le contó todo, sin ocultarle nada. Elí comentó: “¡Es el Señor! Que haga lo que le parezca bien.”

Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse, y todo Israel supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor. El Señor siguió manifestándose en Siló, donde se había revelado a Samuel.
 

COMENTARIO BÍBLICO 

La poligamia parece explicarse por el miedo a quedar sin descendencia. Esta es la visión del varón, ya que la mujer sin hijos quedaba en vergüenza ante las otras esposas.

Hay un cierto paralelismo entre los casos de Abraham, Jacob y Elcaná.

Ana pide descendencia, y específicamente un hijo. En la peregrinación anual al templo por la fiesta era frecuente la bebida, por lo que se daban casos de embriaguez. la ley mandaba consagrar todos los primogénitos a Dios, pero lo que Ana expresa es mucho más que el simple cumplimiento de un formalismo legal.

Ana consagra su hijo al servicio del templo, y signo de ello es que su cabello nunca será cortado (como Sansón o Juan Bautista).

Samuel significa “aquel sobre quien se ha pronunciado el nombre de Dios”.

El cántico de Ana al parecer en su origen era un poema que celebraba los triunfos de algún rey, pero en los tiempos de Ana aún no había sido instaurada la monarquía, luego puede tratarse de un poema posterior insertado aquí. El cántico afirma que Dios controla los destinos humanos, y eso se percibe claramente en Samuel y en Saúl. El Magnificat muestra una clara semejanza con él y se ha basado en su esquema.

El texto alterna intencionadamente los progresos de Samuel con la corrupción de los hijos de Elí. El ascenso de Samuel resulta así aún más evidente. Lo mismo se encuentra en otros lugares de la Biblia (David y Saúl; Jesús y Juan Bautista).

Los hijos de Elí prefieren sus propios intereses a los de Dios. En los sacrificios se tributaba a Dios un homenaje que consistía en quemar la grasa antes de cocer la carne. Las mujeres que servían a la entrada del santuario realizaban funciones sagradas, lo que hace que la actuación de los hijos de Elísea aún más grave. Su comportamiento les va haciendo cada vez más impopulares mientras que Samuel es bendecido por Dios: nuevos hijos de su madre y el efod de lino que le distingue como sacerdote. Y aunque había sido ya consagrado para el servicio en el templo, eso no lo cualificaba para ejercer la misión que le aguardaba, para la que se requiere una llamada especial de Dios. Samuel dormía en el templo, quizá para cuidar de la lámpara que ardía constantemente de noche (la mención “aún no se había apagado la lámpara de Dios” significa que no había amanecido) o en funciones de vigilancia.

Elí no menciona a Dios por su nombre y obliga a Samuel bajo amenaza a comunicarle el mensaje que ha recibido.

La expresión “el Señor estaba con él” tiene en el caso de Samuel mayor fuerza que de ordinario porque significa que Dios está garantizando que sus palabras se cumplen. Como consecuencia de ello Samuel refuerza su prestigio de hombre de Dios, su condición de profeta es reconocida y por su presencia en él el santuario de Siló se convierte en lugar de la revelación de Dios. 

COMENTARIO MISIONERO 

Este texto continúa la espiritualidad bíblica de la atención de Dios hacia los pobres, porque a los ricos les cuesta entrar en la lógica de Dios. El problema no es tanto el dinero sino la actitud que adoptamos frente a Dios. 

En el texto aparece Dios como castigador, pero más bien se trata del Dios que ama la justicia, que recuerda a los pobres y ofendidos. El cántico de Ana refleja bien dicha espiritualidad: Dios escucha la aflicción. Y la madre tampoco se olvida de sus promesas, igual que Dios. 

En Chad hemos encontrado muchas mujeres cristianas que no tienen hijos. Ese drama las ha acercado a la Palabra y a la Iglesia para encontrar otra forma de fecundidad. En el mundo rural africano hemos encontrado personas, hombres y mujeres, humanamente religiosos, personas que han oído hablar de Dios y lo viven de verdad…                        

En el santuario hay corrupción, pero a la vez hay santidad y posibilidad de escucha de Dios. En la Iglesia ha habido casos de corrupción, pederastia… Su imagen está dañada y a la vez hay otras personas que “purifican” las cosas, por ejemplo el papa Francisco. 

Han cambiado mucho las familias. Antes se deseaba que alguien en la familia se consagrase a Dios, ahora esto es inconcebible. Hay familias en el mundo africano que rezan para que Dios llame a sus hijos. 

La Palabra de Dios prepara su llegada durante un largo proceso. Dios se revela cuando quiere, y cuando los procesos llegan a madurez. Y también sucede que Dios habla y nosotros no escuchamos. Hace falta esa palabra pero a al vez alguien que nos ayude a entenderla. Elí y Samuel, lo antiguo y lo nuevo, el maestro y el aprendiz, hacen que esa Palabra llegue y sea comprensible. 

Vivir la fe con hondura desestabiliza. Fundar la vida en Dios es visto como una locura. Hay poco rechazo a Dios y a lo trascendente y sin embargo mucho rechazo a lo institucional, por ejemplo a la Iglesia. Hay una búsqueda de Algo, de una trascendencia,  que parece a veces silencioso, o que no se expresa todo lo que quisiéramos. Deseamos que el objeto de nuestras búsquedas nos llene y nos haga felices. Si buscamos la autorrealización, vale de todo; si buscamos sin embargo sinceramente a Dios será Él quien irá marcando el camino, porque la Biblia, desde la primera palabra hasta la última, es un intento de que caminemos como pueblo, que busquemos armonía, que nos unamos.  

Para un compromiso social no hace falta la fe, hay valores comunes a todos los humanos. Lo que sí es diferente es la motivación. Necesitamos una espiritualidad del compromiso. 

Jesús llegó a tal nivel de humanidad como solo lo puede ser Dios. A la vez, no podemos mutilar a Jesús de su comunión y continua relación con el Padre.

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