lunes, 29 de abril de 2013

Oración misionera, 5 de mayo




Oración inicial

Señor Jesús, tú guías sabiamente
la historia de tu Iglesia y de las naciones,
escucha ahora nuestra súplica.

Nuestros idiomas se confunden
como antaño en la torre de Babel.
Somos hijos de un mismo Padre
que tú nos revelaste
y no sabemos ser hermanos,
y el odio siembra más miedo y más muerte.

Danos la paz que promete tu Evangelio,
aquella que el mundo no puede dar.

Enséñanos a construirla como fruto
de la Verdad y de la Justicia.
Escucha la imploración de María Madre
y envíanos tu Espíritu Santo,
para reconciliar en una gran familia
a los corazones y los pueblos.

Venga a nosotros el Reino del Amor,
y confírmanos en la certeza
de que tú estás con nosotros
hasta el fin de los tiempos.Amén. 

Acción de gracias por la semana transcurrida.

Evangelio del domingo (Juan 14,23‑29)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo».

Testimonio misionero:

Annalena Tonelli, misionera laica italiana y médico, vivió 33 años en África (en Kenia y sobre todo en Somalia, donde fue asesinada). Al inicio en comunidad y después sola, única cristiana en medio de musulmanes nómadas. Allí desarrolló un programa de tratamiento de la tuberculosis. Le damos la palabra:

Durante cinco años la población nos había refregado en la cara que nosotras no iríamos nunca al paraíso, porque no decíamos: “No hay Dios fuera de Alá y Mahoma es su profeta”.
Después sucedió un episodio grave, que puso en riesgo nuestra vida, y entonces la gente comenzó a decir que seguramente nosotras también iríamos al paraíso. Y comenzamos a ser tomadas como ejemplo. El primero fue un viejo jefe que nos quería mucho: “Nosotros, los musulmanes, tenemos la fe –nos dijo un día- y vosotras tenéis el amor”. Fue el tiempo del gran deshielo. La gente decía cada vez más frecuentemente que ellos deberían haber hecho como nosotras, que deberían haber aprendido de nosotras a cuidar a los demás, en particular a los más enfermos, los más abandonados. Diecisiete años después, enseguida después de la masacre de Wagalla, un viejo árabe me detuvo en el centro de una de las calles principales del pobre pueblo: profundamente conmovido porque entre los muertos estaban sus amigos, porque me había visto cuando me habían pegado porque me sorprendieron sepultando a los muertos, porque él había tenido miedo y no había hecho nada para salvar a los suyos, mientras que yo había arriesgado todo para salvar la vida de “los suyos”, que habían llegado a ser “los míos”, entonces gritó allí para ser escuchado por todos: “En el nombre de Alá, yo te digo que si nosotros seguimos tus huellas, también nosotros iremos al paraíso”.
En muchos sentidos hay una tal oscuridad y la fe, esta fe que es ante todo don y gracia y bendición. ¿Por qué yo y no tú? ¿Por qué yo y no él, no ella, no ellos? Y sin embargo la vida tiene sentido sólo si se ama. Nada tiene sentido fuera del amor.
Mi vida ha conocido tantos y tantos peligros, he arriesgado la muerte tantas y tantas veces. He estado por años en medio de la guerra. He experimentado en la carne de los míos, de aquellos que amaba, por lo tanto en mi carne, la maldad del hombre, su perversidad, su crueldad, su iniquidad. Y he salido con una convicción inquebrantable, de que lo que cuenta es solamente amar. Aún si no hubiera Dios, sólo el amor tiene un sentido, sólo el amor libera al hombre de todo aquello que lo hace esclavo, solo el amor hace respirar, crecer, florecer, solo el amor hace que nosotros no tengamos más miedo de nada, que nosotros pongamos la mejilla aún no herida al escarnio y a la golpiza de quien nos golpea porque no sabe lo que hace, que nosotros arriesguemos la vida por nuestros amigos, que todo lo creamos, todo lo soportemos, todo lo esperemos. Entonces nuestra vida llega a ser digna de ser vivida, que nuestra vida se hace belleza, gracia, bendición.
Entonces nuestra vida se hace felicidad aún en el sufrimiento, porque nosotros vivimos en nuestra carne la belleza del vivir y del morir. Siento fuertemente que todos nosotros estamos llamados al amor, por lo tanto a la santidad… la mujer pobre de Leon Bloy vagaba de puerta en puerta… una mendiga… “No hay sino una tristeza en el mundo: la de no ser santos”, repetía. Me encanta pensar: no hay sino una tristeza en el mundo: la de no amar. Que al final es lo mismo.

Silencio durante el cual compartimos nuestras oraciones

Canto final
“El que me ama guardará mi Palabra,
mi Padre lo amará (bis)
y vendremos a él y haremos morada en Él”

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