Conforme nos acercamos a la casa, vemos toda la gente que ha venido a acompañarlos. Nos encontramos con las abuelas paterna y materna y con la familia. Se acercan los padres, jóvenes, rostros entristecidos, con las miradas perdidas.
No puedo contener las lágrimas de dolor y de impotencia. ¡Es demasiado! Murieron en la casa y no saben cómo se inició el fuego, pues la casa no tenía luz ni había gas. Viven de alquiler.
Sólo nos queda la oración: cantamos y oramos a Dios nuestro Padre. Al final, me acerco a los padres para darles la bendición del Señor. Se hincan de rodillas y en silencio oramos. Hubiese deseado permanecer todo el tiempo necesario para aportar un poco de consolación. Se ponen de pie y me dicen: “gracias, padre”. Ha sido la primera vez que nos hemos visto. Las lágrimas aparecieron de nuevo en mis mejillas.
De vuelta a casa, me digo: ¿por qué los pobres y siempre los pobres? Las palabras se ahogan en el silencio.
Un abrazo
Fernando, sx
(Bafoussam-Camerún)
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