sábado, 7 de mayo de 2011

LECTURA MISIONERA DE LA BIBLIA, ABRAHAM 3

EL SACRIFICIO DE ISAAC (Génesis 22,1-9)

TEXTO BÍBLICO

Tiempo después, Dios quiso probar a Abraham y lo llamó: «Abraham.» Respondió él: «Aquí estoy.» Y Dios le dijo: «Toma a tu hijo, al único que tienes y al que amas, Isaac, y vete a la región de Moriah. Allí me lo ofrecerás en holocausto, en un cerro que yo te indicaré.»

Se levantó Abraham de madrugada, ensilló su burro, llamó a dos criados para que lo acompañaran, y tomó consigo a su hijo Isaac. Partió leña para el sacrificio y se puso en marcha hacia el lugar que Dios le había indicado.

Al tercer día levantó los ojos y divisó desde lejos el lugar. Entonces dijo a los criados: «Quedaos aquí con el burro. Yo y el niño iremos hasta allá a adorar, y luego volveremos donde vosotros.» Abraham tomó la leña para el sacrificio y la cargó sobre su hijo Isaac. Tomó luego en su mano el brasero y el cuchillo y en seguida partieron los dos. Entonces Isaac dijo a Abraham: «Padre mío.» Le respondió: «¿Qué hay, hijito?» Prosiguió Isaac: «Llevamos el fuego y la leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?» Abraham le respondió: «Dios mismo proveerá el cordero, hijo mío.» Y continuaron juntos el camino.

Al llegar al lugar que Dios le había indicado, Abraham levantó un altar y puso la leña sobre él. Luego ató a su hijo Isaac y lo colocó sobre la leña. Extendió después su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo, pero el Ángel de Dios lo llamó desde el cielo y le dijo: «Abraham, Abraham.» Contestó él: «Aquí estoy.» «No toques al niño, ni le hagas nada, pues ahora veo que temes a Dios, ya que no me has negado a tu hijo, el único que tienes.» Abraham miró a su alrededor, y vio cerca de él a un carnero que tenía los cuernos enredados en un zarzal. Fue a buscarlo y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abraham llamó a aquel lugar «Yavé provee». Y todavía hoy la gente dice: «En ese monte Yavé provee.»

Volvió a llamar el Angel de Dios a Abraham desde el cielo, y le dijo: «Juro por mí mismo, palabra de Yavé, que, ya que has hecho esto y no me has negado a tu hijo, el único que tienes, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tanto tus descendientes, que serán tan numerosos como las estrellas del cielo o como la arena que hay a orillas del mar. Tus descendientes se impondrán a sus enemigos. Y porque has obedecido a mi voz, todos los pueblos de la tierra serán bendecidos a través de tu descendencia.»

Abraham regresó a donde estaban sus criados, y juntos emprendieron la marcha hacia Bersebá, donde Abraham fijó su residencia.

COMENTARIO BÍBLICO

Este texto recoge antiguas tradiciones y las reelabora. Su origen puede ser la preocupación constante en Israel de sustituir los sacrificios humanos.

Paradójicamente se exige a la fe de Abraham la renuncia al único fundamento de esa fe, puesto que la promesa de una amplia descendencia debe cumplirse por medio de Isaac.

El énfasis del mandato divino al inicio del texto recuerda el énfasis inicial de la llamada de Dios a Abraham: “Sal de tu tierra.” Y la obediencia pronta de Abraham recuerda también aquella primera respuesta.

El texto dice que se trata de una “prueba” lo que da al lector una ventaja psicológica sobre el propio Abraham, que no lo sabe.

La región de Moria es desconocida. Solo se menciona en el segundo libro de las Crónicas para hacer referencia al monte del templo, pero esta parece una expresión tardía e influenciada por nuestro texto. La vaguedad de la referencia geográfica puede ser intencionada para subrayar la nota de misterio de todo el relato. En todo caso, la tradición sitúa este monte en el lugar que hoy ocupa la mezquita de Omar en Jerusalem.

El holocausto era un sacrificio que se quemaba por completo, por eso se necesita la leña. Era la ofrenda perfecta e irrevocable. La víctima usual solía ser un carnero. Los padres de la Iglesia vieron en Isaac llevando la leña para el holocausto un paralelo de Jesús con la cruz. La conversación entre padre e hijo añade tensión al drama.

La partida de madrugada sugiere que la orden de Dios fue dada en un sueño nocturno.

El “Ángel de Yavé” se identifica con Dios mismo.

El nombre dado por Abraham al lugar no se ajusta al tipo usual de denominación topográfica, es simplemente un juego de palabras para expresar una noción teológica.

Los versículos finales (15 a 19) son una adición al relato más primitivo y sirven para resaltar la fe de Abraham y de paso justificar una proclamación más solemne de las promesas por parte de Dios: “Dios jura por sí mismo.”

San Pablo usará la fórmula que Dios dirige a Abraham para indicar la plenitud de la revelación en el sacrificio del Hijo de Dios: “El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros.” (Romanos 8,32).

La promesa “tus descendientes se impondrán a tus enemigos” es nueva e introduce una nota nacionalista fuera de lugar.

La promesa final de descendencia está formulada con carácter reflexivo y se podría traducir así: “En tu descendencia todas las naciones de la tierra se bendecirán a sí mismas”, es decir, los descendientes de Abraham serán una fórmula de bendición para otros.

COMENTARIO MISIONERO

Éste es uno de los pasajes de la Biblia en que más nos “peleamos” con la imagen que se transmite de Dios ¿De verdad Dios pide la muerte de alguien en sacrificio? ¿Y además siendo ese alguien el hijo de las promesas del mismo Dios?

El texto, mezcla de muchas fuentes, revela desde el inicio que lo que Dios pide a Abraham es una prueba. Pero ni aun así nos parece que corresponde a la imagen que desde Jesús tenemos de Dios porque no creemos en un Dios que nos pone a prueba jugando con la vida de las personas para ver de lo que somos capaces.

Tampoco creemos en un Dios caprichoso, que hoy nos llama por un camino y mañana nos invita a seguirle por otro distinto ¿No será más bien que los caprichosos somos nosotros?

En ciertas religiones del pasado se celebraban sacrificios humanos. Tomando en sentido amplio el término “sacrificio”, entre los cristianos se ha dado esa mentalidad y se nos ha educado así: Dios pide nuestros sacrificios, nuestros sufrimientos, y cuanto más suframos, mejor. Incluso hemos llegado a vivir “competiciones” para ver quién se sacrificaba más, quién lograba dar a Dios más que los demás. Hoy vemos las cosas de otra forma, afortunadamente. Creemos en un Dios que nos pide el amor (“misericordia quiero y no sacrificios”), y amar conlleva sacrificios: no se trata de sufrir porque sí.

De hecho las dos conclusiones claras del relato del sacrificio de Isaac van en este sentido: fe inquebrantable de Abraham y negativa de Dios a los sacrificios humanos.

Es cierto que desde el punto de vista humano a veces tenemos la sensación que Dios nos arrebata lo que nos da, que incluso puede pedir más de lo que nos da. Es verdad que el Dios de Jesús nos aprieta las tuercas, pero no para pedir más sacrificios, sino para dirigirnos hacia una mayor felicidad, liberándonos de apegos y llevándonos a amar más. Comúnmente echamos la culpa a Dios de todo lo que va mal. Y ante las situaciones de dolor incomprensible (enfermedades y muerte de niños y jóvenes o inocentes, injusticias, opresiones…) es lógico que nos dirijamos a Dios y le gritemos (en los salmos hay gritos muy duros hacia Dios) queriendo ajustar cuentas con Él, porque de hecho Él es el único que puede llenar esas situaciones de sentido.

Pero a la vez nos planteamos este interrogante: ¿Dios exige u ofrece?

La vocación es una llamada de Dios. Esa llamada lleva a la felicidad y a la vez conlleva renuncias. El camino de la llamada no lo recorremos solos sino con el consejo de personas que nos ayudan a verificar y discernir nuestra vocación. Al mismo tiempo, esa vocación supone crecimiento personal y un crecimiento para los demás.

Los cristianos tenemos tendencia a dormirnos, a acomodarnos, así que la llamada de Dios nos supone siempre una lucha.

Hay una diferencia entre cotidianidad y rutina: Jesús vivió la cotidianidad en Nazaret y la fidelidad a nuestra vocación en lo cotidiano está llena de sentido; la rutina supone nuestra decisión de no incorporar novedades a nuestra vida para no desestabilizarnos ni plantearnos preguntas aunque hayamos perdido la ilusión y el sentido y nos arrastremos por la vida.

Todo lo que gira en torno a Dios es un misterio que no podemos entender del todo. Claro que con las capacidades que Dios nos ha dado (razón, sentido común, sensibilidad…) intentamos comprenderlo y explicarlo, dándonos cuenta de que lo que captamos es siempre limitado: somos semillas de algo más grande.

Impresiona leer este pasaje del sacrifico de Isaac en paralelo con la oración de Jesús en Getsemaní y su camino hacia el Calvario. También allí el Hijo habla con su Padre, no pierde la comunicación con Él. Sin embargo allí no aparece ningún carnero atrapado en las zarzas… Dios Padre no quiere la cruz para su Hijo, ni Jesús tampoco la busca porque sí: Jesús no renuncia a seguir amando aunque en el horizonte amenace una cruz; y el Padre no impone la cruz a su Hijo, sino que quienes crucificamos a Jesús somos nosotros.

Toda la vida de Jesús es redención, no solo la cruz. Nos equivocamos si leemos la pasión únicamente desde la clave del sacrificio expiatorio.

La muerte no subsana el daño ¡Cuánta muerte hay en nuestro mundo! Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

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