domingo, 23 de enero de 2011

LOS MONJES DE TIBHIRINE

Hace unos años Argelia vivía un periodo muy convulso: todos los extranjeros presentes en el país fue-ron amenazados por el terrorismo fundamentalista y muchos, sobre todo religiosos y misioneros cris-tianos, fueron asesinados. Entre ellos se encontraban los siete monjes trapenses, todos franceses, del monasterio de “Nuestra Señora del Atlas”, que fueron secuestrados en marzo y degollados el 21 de mayo de 1996.

Estos monjes ya habían recibido la “visita” amenazadora de hombres armados a los que llamaban “nuestros hermanos de las montañas.” Los monjes sabían que sus vidas corrían peligro, pero todos de-cidieron libremente seguir en el país. El prior de la comunidad, Christian de Chergé, había vivido 3 años de su infancia en Argelia y volvió allí como militar durante la guerra de la independencia. Enton-ces un amigo suyo musulmán, Mohamed, fue asesinado al querer protegerle. Este hecho marcó su vida y le orientó hacia el sacerdocio y a volver a Argelia como religioso. Así se puede comprender el pro-fundo aprecio por los musulmanes que quedó reflejado en su testamento, aquí reproducido.

Cuando un A-Dios se vislumbra...

Si me sucediera un día -y ese día podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Igle-sia, mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país. Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí. ¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda? Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas y abandonadas en la indiferencia del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia. He vivido bastante como para saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo, incluso del que podr-ía golpearme ciegamente.

Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera heri-do.

Yo no podría desear una muerte semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato. Sería pa-gar muy caro lo que se llamará, quizás, la "gracia del martirio" debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.

Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente. Conozco tam-bién las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas. Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evan-gelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.

Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: "¡qué diga ahora lo que piensa de esto!" Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.

Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla que-rido enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo.

En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por su-puesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi padre, mis her-manas y hermanos y los suyos, ¡el céntuplo concedido, como fue prometido!

Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este "A-DIOS" en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.

¡AMEN! IM JALLAH!

Argel, 1 de diciembre de 1993 - Tibhirine, 1 de enero de 1994




Mi cuerpo es para la tierra,

pero, por favor,

ninguna barrera

entre ella y yo.


Mi corazón es para la vida,

pero, por favor,

ningún remilgo

entre ella y yo.


Mis brazos para el trabajo

estarán cruzados

muy simplemente.


Para mi rostro:

quédese descubierto

para no impedir el beso,


y la mirada,

dejadla ver.

Gracias.


Testamento del Padre Christophe, también degollado.



“La resolución imposible, sí, la he tomado: recibida de Ti,

Amor que me obliga:

Esto es mi cuerpo: donado.

Esta es mi sangre: derramada.

Que me suceda según tu palabra, que tu gesto me atraviese.

Y esta resolución –la tuya-: me sobrepasa infinitamente.

Cerca de la Mujer

(tú, el Hijo nacido de su carne, me autorizas a llamarla: Mamá

y a recibirla en mi casa),

mi resolución es muy sencilla: soy y estoy.

Resolución más fuerte que la muerte”.


Poema del Padre Christophe, también degollado

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