sábado
después de ceniza
Is 58,9b-14 ● Sal
85,1-6 ● Lc 5,27-32
El encuentro
J
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esús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos
y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. (Lc 5,27-28)
Reflexión
Peregrinos por los
caminos de la vida, vamos hacia la casa del Padre. Nos detenemos en las esquinas
en compañía de Leví, de los pecadores. Pero en el camino siempre hay alguien
que nos mira a los ojos y nos transforma. Le
miró fijamente a los ojos, con cariño (Mc 10,21). Cada hombre vive o muere
por la mirada del otro. Sobre todo está la mirada del Padre que otea con ojo
ansioso cada paso de nuestro continuo volver hacia Él. Esto nos llena de alegría
y de esperanza.
Oración
Tú, poseedor de todos los nombres, unidad de todos los pensamientos.
R.: Padre, presencia de
amor. ¡Amor!
Tú, que hablas callando y haces realidad la palabra.
R.: Padre, presencia de
amor. ¡Amor!
Tú, que me haces parte de tu todo, para unirme a los demás.
R.: Padre, presencia de
amor. ¡Amor!
Si la expresión en los cielos manifiesta todo el
dominio y la potencia de Dios Creador, la palabra Padre nos habla de que esta
potencia y este dominio de Dios se manifiestan cuidando con amor de todas las
cosas.
En los cielos es la expresión que subraya
que Dios no está lejos de nosotros a pesar de ser toda otra realidad, toda otra
cosa. Dios es cercano e inalcanzable. Quisiéramos a menudo apoderarnos de la
presencia de Dios, pero aquel que está en los cielos nos lo impide.
El que habita en los cielos
es el Señor de todas las cosas, es nuestro Padre. Entonces todo es don, es
atención paterna, es gozo, es vida.
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