sábado
tercera semana
Os 6,1b-6 ● Sal
50,3-4.18-21 ● Lc 18,9-14
Fariseo, hermano mío…
Palabra de Dios
D
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os hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy
gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como
ese publicano…». (Lc 18,10-12)
Reflexión
Vamos a la iglesia y hacemos la misma cosa que los dos hombres…: por un lado por
protagonismo, para ser vistos; por otro lado, en la oscuridad, para buscar el
Reino. La oración refleja como un espejo: soberbia o humildad, presunción o
arrepentimiento. La oración es espejo de la verdad.
Oración
Tú, bola de fuego en medio de las nubes.
R: Que se realice lo que
Tú quieres, Padre.
Tú, que no desprecias nuestras debilidades.
R: Que se realice lo que
Tú quieres, Padre.
Tú, al que todos pertenecemos.
R: Que se realice lo que
Tú quieres, Padre.
Se realice tu designio de amor en la obediencia, como Jesús
Los designios y los deseos
del Padre se realizan en Jesús. Él es aquel que no vino para hacer su voluntad,
sino la voluntad del Padre. El “no lo que yo quiero…” del Getsemaní, es un acto
de confianza en el Padre porque Él sabe que Dios es su Abbá, aquel que desea lo mejor
para sí y para la salvación del mundo.
Todo se cumple en Jesús, el
hombre más libre que hubo, a quien el Padre siempre escucha y en cuyas manos ha
puesto todas las cosas (Jn 13,3). La libertad del Hijo se expresa en la
obediencia al Padre: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha mandado” (Jn 4,34). La voluntad del
Padre se traduce en las circunstancias concretas de su vida, en la cual cumple
su inmolación por nuestra salvación.
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