San Simón y San Judas
ORACIÓN
Señor, dueño de la mies y de los obreros
llamados a trabajar por tu Reino.
Te damos gracias por las numerosas vocaciones
que has suscitado en tu Iglesia
para la obra misionera
y de las que sigues suscitando en las Iglesias
jóvenes.
Te pedimos que ninguna de estas vocaciones flaquee
por falta de oración y sacrificio de tu Iglesia.
Que sean ayudadas por la generosidad de los fieles
para que no se pierdan por carecer de recursos económicos,
por falta de apoyo o por sentirse demasiado solos.
Señor, Tú que conoces el corazón de los jóvenes,
aumenta en ellos su fe y su apertura de vida,
para que, si Tú les llamas, sepan responder
con generosidad a la vida misionera.
Te lo pedimos con humildad y confianza por medio de
María,
tu Madre y Madre de la Iglesia.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
EVANGELIO DE LA FIESTA (Lucas 6,12-19)
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que se puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.
TESTIMONIO MISIONERO
ANNALENA
TONELLI
La vida tiene
sentido sólo si se ama. Nada tiene sentido fuera del amor. Elegí ser para los otros: los pobres, los
sufrientes, los no amados, desde que era niña, y así he sido y confío
continuar siendo hasta el fin de mi vida. Quería seguir sólo a Jesucristo.
Ninguna otra cosa me interesaba tan fuertemente: Cristo y los pobres en Cristo.
Por Él hice una elección de pobreza radical, aún si pobre como un verdadero
pobre –como los pobres de los cuales está llena mi jornada- yo no podré ser
nunca.
Mi vida ha conocido tantos y tantos peligros, he arriesgado
la muerte tantas y tantas veces. He estado por años en medio de la guerra. He
experimentado en la carne de los míos, de aquellos que amaba, por lo tanto en
mi carne, la maldad del hombre, su perversidad, su crueldad, su iniquidad. Y he
salido con una convicción inquebrantable, de que lo que cuenta es solamente
amar. Aún si no hubiera Dios, sólo el
amor tiene un sentido, sólo el amor libera al hombre de todo aquello que lo
hace esclavo, solo el amor hace respirar, crecer, florecer, solo el amor
hace que nosotros no tengamos más miedo de nada, que nosotros pongamos la
mejilla aún no herida al escarnio y a la golpiza de quien nos golpea porque no
sabe lo que hace, que nosotros arriesguemos la vida por nuestros amigos, que
todo lo creamos, todo lo soportemos, todo lo esperemos. Y es entonces que
nuestra vida llega a ser digna de ser vivida, que nuestra vida se hace belleza,
gracia, bendición.
En Wajir (Kenia) éramos una comunidad de siete mujeres,
todas, aún de maneras diversas, teníamos sed de Dios, y comprendíamos que
cuando perdíamos o estábamos por perder el sentido de nuestro servicio y la
capacidad de amar, podíamos reencontrar los bienes perdidos sólo a los pies del
Señor. Por eso habíamos construido una ermita e íbamos allá por un día o más o
por períodos también largos de silencio a los pies de Dios. Allá encontrábamos
equilibrio, quietud, previsión, sabiduría, esperanza, fuerza para luchar la
batalla de cada día ante todo con todo aquello que nos hace esclavos adentro,
que nos tiene en la oscuridad.
Salíamos de allá y
nos sentíamos incendiadas de amor renovado por todos aquellos que el Señor
había puesto en nuestro camino. A veces nos lo confiábamos, las más de
las veces callábamos, pero los rostros de mis compañeras eran tan bellos, tan
luminosos que me narraban todo aquello que el pudor impedía comunicar con las
palabras.
Nada me importa verdaderamente fuera de Dios, fuera de
Jesucristo… Los pequeños sí, los sufrientes… Yo me enloquezco, pierdo la cabeza por los harapos de humanidad herida:
más están heridos, más maltratados, despreciados, sin voz, sin contar a los
ojos del mundo, más yo los amo. Y este amor es ternura, comprensión,
tolerancia, ausencia de miedo, audacia. Esto no es un mérito, es una exigencia
de mi naturaleza. Pero es cierto que en ellos yo veo a Cristo, el Cordero de
Dios que sufre en su carne los pecados del mundo, que se los carga sobre las
espaldas, que sufre, pero con mucho amor… nadie queda afuera del amor de Dios.
(Annalena Tonelli, misionera laica y médico, vivió 33 en
África, en Kenia y sobre todo en Somalia, donde fue asesinada en 2003,
presuntamente por un fundamentalista islámico)
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