XXX domingo del tiempo ordinario
ORACIÓN
Oración por las
vocaciones misioneras
Oh, Jesús, que has muerto por la salvación de
todos
y has fundado la Iglesia para continuar
sobre la tierra tu misión,
multiplica, te rogamos, el número de los
misioneros.
Redobla su celo, santifica sus fatigas,
para que aquellos que se encuentran privados
de la inestimable gracia de la fe en Ti
pronto te conozcan y te amen aquí en la
tierra,
para después gozar de Ti en el cielo. Amén.
(Oración de Guido Mª Conforti, fundador de los Misioneros Javerianos)
EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 18, 9-14)
En aquel tiempo, a algunos que,
teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los
demás, dijo Jesús esta parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar.
Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su
interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias,
porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese
publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que
tengo."
El publicano, en cambio, se quedó
atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el
pecho, diciendo:
"¡Oh Dios!, ten compasión de
este pecador. "
Os digo que éste bajó a su casa
justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el
que se humilla será enaltecido."
MENSAJE DEL
PAPA PARA EL DOMUND, 4
4. Quisiera animar a todos a ser portadores de
la buena noticia de Cristo y estoy agradecido especialmente a los misioneros y
misioneras, a los presbíteros fidei donum,
a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos - cada vez más numerosos -
que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio
en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me gustaría
subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando generosamente en el
envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en dificultad - no es raro
que se trate de Iglesias de antigua cristiandad - llevando la frescura y el
entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la vida y dona esperanza.
Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato de Jesús «Id, pues, y
haced discípulos de todas las naciones»
(Mt. 28, 19) es una riqueza
para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar
misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia.
Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la
llamada a responder con generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su
estado de vida, y a no tener miedo de ser generosos con el Señor. Invito
también a los obispos, las familias religiosas, las comunidades y todas las
agregaciones cristianas a sostener, con visión de futuro y discernimiento
atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que
necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la
comunidad cristiana. Y esta atención debe estar también presente entre las
iglesias que forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región:
es importante que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a
las que sufren de escasez.
Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las
misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a
vivir con alegría su precioso servicio en las iglesias a las que son
destinados, y a llevar su alegría y su experiencia a las iglesias de las que
proceden, recordando cómo Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje
misionero «contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había
abierto la puerta de la fe a los gentiles» (Hechos 14:27). Ellos pueden llegar
a ser un camino hacia una especie de “restitución” de la fe, llevando la
frescura de las Iglesias jóvenes, de modo que las Iglesias de antigua
cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría de compartir la fe en un
intercambio que enriquece mutuamente en el camino de seguimiento del Señor. a
solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus
hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso
de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y
profundizar la conciencia misionera de cada
bautizado y de cada comunidad, ya sea llamando a la necesidad de una formación
misionera más profunda de todo el Pueblo de Dios, ya sea alimentando la
sensibilidad de las comunidades cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la
difusión del Evangelio en el mundo.
Por último,
dirijo un pensamiento a los cristianos que, en diversas partes del mundo, se
encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido el
derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas,
testigos valientes - aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos
- que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución
actuales. Muchos también arriesgan su vida para permanecer fieles al Evangelio
de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las
personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e
intolerancia y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he
vencido al mundo» (Jn 16,33).
Benedicto XVI exhortaba: «Que la Palabra del Señor siga
avanzando y sea glorificada» (2 Ts 3,
1): que este Año de la fe haga cada
vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la
certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero» (Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de
las Misiones de este año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras y a
todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el
anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y
nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo
VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi,
80).
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