Aniversario de la canonización de San Guido Mª
Conforti,
fundador de los Misioneros Javerianos
ORACIÓN
Oh
Dios, Padre de todos los pueblos
que
en el Espíritu de tu Hijo
eres
el principio de todo lo bueno y santo.
Te
alabamos, Señor,
por
la vida de tu siervo Guido Ma. Conforti.
Él,
contemplando en tu Hijo crucificado
tu
amor hacia toda creatura,
se
entregó totalmente
a la
urgencia del anuncio del Evangelio.
Te
damos gracias, Señor,
por
habérselo dado a los Javerianos como Padre,
a la Iglesia como Pastor y
Misionero,
y a
todos como ejemplo de virtud y modelo de santidad.
Te
pedimos, Señor,
que,
por su intercesión,
aumentes
nuestra fe,
para
que podamos ser
anunciadores
de tu amor,
testigos
de tu esperanza
y
constructores de tu Reino.
A Ti la gloria y la
alabanza por los siglos. Amén
(Oración por la canonización de San Guido Mª Conforti)
EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 12,39-48)
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: "Comprended que si supiera el dueño de casa a
qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros,
estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del
hombre." Pedro le preguntó: "Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros
o por todos?" El Señor le respondió: "¿Quién es el administrador fiel
y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les
reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo
encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus
bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda al llegar", y
empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y deber y
emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y la hora que menos lo
espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El
criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra
recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo,
recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le
confió, más se le exigirá."
TESTIMONIO
MISIONERO
MALÍ. El zapatero en el fin del mundo
El mes pasado viajamos a Malí.
Sin duda, es imposible determinar qué lugar preciso de la tierra constituye
"el fin del mundo", pero sí estoy segura de que el sitio hacia el que
nos encaminábamos las cuatro hermanas, guiadas por un lugareño, era uno de esos
lugares. Hacía tiempo que habíamos dejado nuestro vehículo bajo un árbol de la
planicie maliana y bajábamos la quebrada hasta su base a pie, entre piedras, en
busca de un pequeño poblado de cultura dogon.
A una de las hermanas se le
despegó la suela de las zapatillas, hasta que le fue imposible seguir y también
volver atrás. Intentamos atarlas pero no resultó y llegamos a la conclusión de
que "había que tirarlas".
Pero aquí, en el "fin del
mundo" todo tiene solución, la que nace del corazón y de la imaginación de
quien vive con lo indispensable. El guía se desprendió con naturalidad de sus
sandalias y propuso continuar descalzo mientras la Hermana se calzaba con las
suyas. Y así se hizo, mezclándose el desconcierto, la gratitud, la sorpresa y
el honor de permitirnos meternos en sus zapatos. Según el guía, al llegar a la
aldea un zapatero arreglaría la zapatilla. Confieso que nos mostramos algo
incrédulas ya que teníamos la impresión de alejarnos cada vez más de lo que
para nosotras era el centro de la seguridad y el desarrollo. Llegamos a la
aldea, que se nos antojó maravillosa. Era un vergel al pie de una muralla de piedra
en el más total aislamiento. Había casas y graneros, una escuelita de piedra,
un pozo y rodeándolo todo, una huerta con tomates, lechugas y berenjenas que ni
el más caro de nuestros supermercados podría vender.
El enfermero que nos dio la
bienvenida se desprendió de sus chancletas y se las pasó a nuestro guía para
que pudiera montar las laderas del pueblito y mostrárnoslo. También llamó a un
viejo que llegó con una bolsa de cuero, que nos fue presentado como el
"zapatero del pueblo". Sin decir nada, tomó las zapatillas, las miró
y desapareció no sabemos donde. Otra vez la incredulidad asomó en nosotras como
una tentación que fuimos capaces de resistir, bien porque no nos quedaba otra,
bien porque ya conocemos África y su increíble capacidad de hacer funcionar lo
infuncionable y de recuperar lo irrecuperable hasta hacerlo durar más allá de
todas las expectativas de cualquier fabricante.
Al regreso del paseo se personó
el zapatero con las zapatillas arregladas. Se las había ingeniado para coserlas
y, muy discretamente, las estudiamos incrédulas abandonándonos a la evidencia
de que durarían no sólo para el regreso, sino mucho más tiempo.
En nuestra cultura occidental
todo se ha vuelto desechable. Sin embargo aquí, esas zapatillas que estábamos
resueltas a tirar y a cambiar, y que seguramente costarían lo que una familia
africana gasta en comida durante un mes, volvían a ser útiles. Ellas nos
permitieron recuperar el verdadero valor de las cosas, de los oficios perdidos,
de la capacidad de vivir fuera del consumo indiscriminado, nos permitieron
volver a creer en la capacidad de la gente para salir adelante juntos,
compartiendo y no gastando.
(Hna. Lelia Inés Bulacio. publicado en Mundo Negro, abril 2004)
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