ORACIÓN
Espíritu Santo,
fuerza de la misión,
enviado para
enseñarnos el camino del Evangelio:
revélanos cómo es la
felicidad del Reino.
Muéstranos el futuro
que les aguarda
a los que lloran, a
los que lo han perdido todo,
a los que tienen
hambre, a los desesperados,
a la población
empobrecida de nuestro mundo.
Mi mente no alcanza a
comprender el sentido
de una existencia
sumida en el sufrimiento,
la pobreza o la
injusticia.
A menudo pienso,
Señor, que sólo disfruta de la vida
quien no ha visto la
desgracia,
quien no carece de
nada
y quien puede
"realizarse" con todos los medios.
Esos me parecen
plenamente felices.
Espíritu Santo,
ayúdame a entender
de qué modo los
pobres pueden ser dichosos,
ayúdame a confiar en
las bienaventuranzas:
¡Felices los últimos:
los pobres, los que lloran!
Infelices los que
ponen su confianza en cosas
fuera de Ti.!
EVANGELIO DEL DÍA (Lucas 12,13-21)
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia." Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes."
Y les propuso una parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios."
TESTIMONIO MISIONERO
ECUADOR: “Padrecito, ¿usted es rico?”
Hay recuerdos que a uno le acompañan, por ejemplo en el
aprendizaje de las cosas de Dios. Sin duda alguna, el paso por las Misiones
Diocesanas en Ecuador, que es la experiencia de la que puedo hablar, ofrece
oportunidades a montones. Y si algún matiz especial pueden tener las
experiencias vividas en ese entrañable pueblo es, sin duda alguna, la del Dios
de los pobres, que irrumpe en las vidas de todos los que allá quieren compartir
su fe con tantas personas sencillas con las que te encuentras. Alguien dijo que
son los pobres los que nos evangelizan. En mi opinión, acertó. Y alguien quiso
poner límite a esa evangelización, exigiéndoles pasar por la comunidad. Y en mi
opinión, se equivocó.
La catequesis en mi parroquia se iniciaba a las tres de la
tarde. Desde media hora antes iban llegando los niños y niñas que llenarían los
grupos. Era media hora de algarabía y de auténtica invasión, donde la hamaca,
las sillas, las mesas, eran acaparados por los primeros en llegar. La única
norma que hacía respetar era evitar las peleas, y no siempre lo conseguía…
Cuando no alcanzaban a ocupar la hamaca, porque otros habían llegado antes, o
las sillas estaban ya con un 200% de ocupación, a veces eran mis brazos, mis
manos, el objeto de su acaparamiento. Mis esfuerzos por soltarme solían ser
infructuosos a no ser que el intento fuera acompañado de una “supuesta necesidad”:
que tengo que coger ese libro…, que voy a poner esto en el cajón…, etc. Uno de
esos días, uno de mis brazos fue acaparado por una chiquita de 8 ó 9 años. Lo
había conseguido para ella sola, y apretaba para no perderlo… Y en esto me
dice:
-
Padrecito, ¿usted es rico?
No supe acertar si era pregunta o afirmación. Opté por
entenderlo como pregunta, aunque aquello sonaba a pregunta de examen…
-
Nooo… Cómo va a pensar… Qué voy a ser rico…
Y empezaron mis argumentos
- Vea. Esta casa no es mía. Es
para que vivan los padrecitos, sea el que sea, y cuando yo me vaya, aquí se
quedará. Lo mismo pasa con el carro. Ese carrito que está a la puerta tampoco
es mío. Es para que el padrecito que esté aquí pueda ir hasta todos los lugares
donde hay otros niños. Cuando yo me vaya, también se quedará aquí. Y no digamos
nada, la iglesia no es mía. Es de todas las personas del pueblo para poder
rezarle a Dios. Yo estoy encargado de cuidarla, pero no es mía… Tampoco tengo
plata. Las limosnas de la gente no son para mí. Son para comprar las cosas que
hacen falta en la iglesia… Ya ve, no tengo tantas cosas…
Me entendió o no, quien sabe,
porque ella insistió:
- Pero usted es rico…
Ya no sonaba tanto a pregunta. Ya
era decisión tomada. Yo era rico, sin derecho de apelación. Pero bueno era yo
para resignarme en aquella pelea, sin saber que la tenía desde el comienzo
perdida.
-
Que no… que yo no soy rico… que todas estas cosas no
son mías… que aunque parezca lo contrario, todo esto no es mío…
-
Sí, pero usted es rico… porque tiene dos camisas. Ayer
cargaba una verdecita y hoy tiene una cremita…
Y apretando un poco más mi brazo,
añadió:
- Y es mi amigo, ¿verdad?
(Tomado
de José Luis Casla en la revista Los Ríos, nº 224, pp. 29-30)
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