martes
cuarta semana
Ez 47,1-9.12 ● Sal
45,2-9 ● Jn 5,1-16
El agua: signo de vida
Palabra de Dios
J
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unto a la puerta de las ovejas hay una piscina que llaman en hebreo
Betesda. Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos. (Jn 5,2-3)
Reflexión
En la piscina de Betesda, Cristo cura física y espiritualmente a
un hombre enfermo desde hacía 38 años. Él esperaba, para ser curado, que
alguien lo echara en la piscina cuando se movían las aguas.
Este hombre, como todos los que estaban bajo los portales de la
piscina, representa a la humanidad doliente que ansía el agua de una difícil
salvación integral, siempre aplazada hasta el día en que el Padre envió a su
Hijo amado a cumplir su voluntad de salvación.
Y hoy, ¿cuántos son los que me
esperan para alcanzar la salvación?
Oración
Son pan de todos los días las primeras heladas.
R.: Dánoslo a manos
llenas, ¡oh Padre!
Es pan de todos los días el calor del hogar.
R.: Dánoslo a manos
llenas, ¡oh Padre!
Es pan de todos los días la lluvia que repiquetea en las ventanas.
R.: Dánoslo a manos
llenas, ¡oh Padre!
Pan como estímulo a la sobriedad
Danos hoy el pan. Dios aseguraba a su
pueblo en el desierto la comida necesaria para el día. Lo necesario, no lo
superfluo que fomenta la codicia del corazón humano. Lo opuesto a la sobriedad
es el afán. “No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber…; buscad ante todo el Reino
de Dios y
lo que es propio de él” (Mt 6,25.33). Acongojarse es idolatría. No es en el
almacenar cosas donde encontramos la seguridad de la vida. “Que nadie guarde
nada para mañana” (Ex 16,19). El “Padre Nuestro” nos enseña a tener confianza
en el don de Dios.
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