lunes
quinta semana
Dn
13,1-9.15-17.19-30.33-62 ● Sal 22,1-6 ● Jn
8,1-11
La adúltera
Palabra de Dios
J
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esús preguntó a la mujer: «¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha
condenado?» Ella le contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te
condeno. Anda, y en adelante no peques más».
(Jn 8, 10-11))
Reflexión
Delante de Dios somos todos pecadores; a pesar de esto, seguimos
emitiendo juicios severos sobre los demás en relación con su culpabilidad. Acusando
de pecado a los demás, parece que nos sentimos mejores. Nuestra sociedad aparta
a los incurables, mete en la cárcel a los delincuentes, señala con el dedo a
los pecadores. El Padre usa misericordia, perdona, rehabilita a las personas,
regenera nuestras vidas. No en vano Jesús vino a salvar a los pecadores, no a
hacerlos perecer.
Oración
Por lo que bloquea en nosotros las buenas intenciones.
R.: Necesitamos de tu
perdón, ¡oh Padre!
Por no vivir comprometidos.
R.: Necesitamos de tu
perdón, ¡oh Padre!
Por vivir a nuestro antojo.
R.: Necesitamos de tu
perdón, ¡oh Padre!
En la misericordia, haznos misericordiosos
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso” (Lc 6,36). La novedad perturbadora no es saber que Dios es
misericordioso, sino que nosotros podemos ser misericordiosos como Él. “El amor
no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros,
y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados” (1Jn 4,10). Es el Padre
quien nos amó primero. Si nosotros amamos y perdonamos es porque Él ha tomado
la iniciativa de amarnos y perdonarnos “cuando aún éramos pecadores”, incapaces
de amar y de perdonar.
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