He podido experimentar lo que dice el Evangelio: “Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme.” (Mt 25,35-36), lo he experimentado viendo a Dios en el inmigrante y pudiendo llevar el amor de Cristo con mi propia vida a estas personas.
De esta experiencia me tocó muchísimo, que en su gran mayoría, los inmigrantes con los que he podido estar eran más o menos de mi edad, muchos de ellos incluso más pequeños que yo y que ya han vivido la tremenda situación de tener que dejar su casa, sus tierras, sus amigos, sus familias… para venir a Europa con la esperanza de poder vivir un poco mejor. Y, después de todo el trayecto tan duro que han recorrido, jugándose en infinidad de veces la vida, no perdían la sonrisa de la boca, la alegría y el agradecimiento por todo lo que hacías por ellos.
La mayor parte de los inmigrantes con los que estábamos eran de confesión musulmana, y de esta convivencia y de todo lo anteriormente descrito, he descubierto una nueva faceta de la realidad misionera de la Iglesia. Y es que yo, cuando he salido a evangelizar por las calles de Alcalá, ciudad en la que resido, con algún grupo de primer anuncio, llevábamos a Cristo anunciando el Kerygma: "Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, porque te ama"; mientras que aquí en Ceuta, llevábamos a Cristo de una manera distinta para mí, con el testimonio de vida, haciendo de nuestra vida un reflejo de Cristo, siendo instrumentos en las manos de Dios para llevar a los demás Su Amor.
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