Oración inicial
Señor Jesús, tú guías sabiamente
la historia de tu Iglesia y de las naciones,
escucha ahora nuestra súplica.
Nuestros idiomas se confunden
como antaño en la torre de Babel.
Somos hijos de un mismo Padre
que tú nos revelaste
y no sabemos ser hermanos,
y el odio siembra más miedo y más muerte.
Danos la paz que promete tu Evangelio,
aquella que el mundo no puede dar.
Enséñanos a construirla como fruto
de la Verdad y de la Justicia.
Escucha la imploración de María Madre
y envíanos tu Espíritu Santo,
para reconciliar en una gran familia
a los corazones y los pueblos.
Venga a nosotros el Reino del Amor,
y confírmanos en la certeza
de que tú estás con nosotros
hasta el fin de los tiempos.Amén.
Acción de gracias por la
semana transcurrida.
Evangelio del domingo (Juan 14,23‑29)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me
ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada
en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis
oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que
estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre
en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os
he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que
no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y
vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre,
porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para
que cuando suceda, sigáis creyendo».
Testimonio misionero:
Annalena Tonelli, misionera laica italiana y médico, vivió
33 años en África (en Kenia y sobre todo en Somalia, donde fue asesinada). Al
inicio en comunidad y después sola, única cristiana en medio de musulmanes nómadas.
Allí desarrolló un programa de tratamiento de la tuberculosis. Le damos la
palabra:
Durante
cinco años la población nos había refregado en la cara que nosotras no iríamos
nunca al paraíso, porque no decíamos: “No hay Dios fuera de Alá y Mahoma es su
profeta”.
Después
sucedió un episodio grave, que puso en riesgo nuestra vida, y entonces la gente
comenzó a decir que seguramente nosotras también iríamos al paraíso. Y
comenzamos a ser tomadas como ejemplo. El primero fue un viejo jefe que nos
quería mucho: “Nosotros, los
musulmanes, tenemos la fe –nos dijo un día- y vosotras tenéis el amor”.
Fue el tiempo del gran deshielo. La gente decía cada vez más frecuentemente que
ellos deberían haber hecho como nosotras, que deberían haber aprendido de
nosotras a cuidar a los demás, en particular a los más enfermos, los más
abandonados. Diecisiete años después, enseguida después de la masacre de
Wagalla, un viejo árabe me detuvo en el centro de una de las calles principales
del pobre pueblo: profundamente conmovido porque entre los muertos estaban sus
amigos, porque me había visto cuando me habían pegado porque me sorprendieron
sepultando a los muertos, porque él había tenido miedo y no había hecho nada
para salvar a los suyos, mientras que yo había arriesgado todo para salvar la
vida de “los suyos”, que habían llegado a ser “los míos”, entonces gritó allí
para ser escuchado por todos: “En
el nombre de Alá, yo te digo que si nosotros seguimos tus huellas, también
nosotros iremos al paraíso”.
En
muchos sentidos hay una tal oscuridad y la fe, esta fe que es ante todo don y
gracia y bendición. ¿Por qué yo y no tú? ¿Por qué yo y no él, no ella, no
ellos? Y sin embargo la vida tiene
sentido sólo si se ama. Nada tiene sentido fuera del amor.
Mi vida
ha conocido tantos y tantos peligros, he arriesgado la muerte tantas y tantas
veces. He estado por años en medio de la guerra. He experimentado en la carne
de los míos, de aquellos que amaba, por lo tanto en mi carne, la maldad del
hombre, su perversidad, su crueldad, su iniquidad. Y he salido con una
convicción inquebrantable, de que lo que cuenta es solamente amar. Aún si no hubiera Dios, sólo el amor tiene un
sentido, sólo el amor libera al hombre de todo aquello que lo hace esclavo,
solo el amor hace respirar, crecer, florecer, solo el amor hace que nosotros no
tengamos más miedo de nada, que nosotros pongamos la mejilla aún no herida al
escarnio y a la golpiza de quien nos golpea porque no sabe lo que hace, que
nosotros arriesguemos la vida por nuestros amigos, que todo lo creamos, todo lo
soportemos, todo lo esperemos. Entonces nuestra vida llega a ser digna de ser
vivida, que nuestra vida se hace belleza, gracia, bendición.
Entonces
nuestra vida se hace felicidad aún en el sufrimiento, porque nosotros vivimos
en nuestra carne la belleza del vivir y del morir. Siento fuertemente que todos
nosotros estamos llamados al amor, por lo tanto a la santidad… la mujer pobre
de Leon Bloy vagaba de puerta en puerta… una mendiga… “No hay sino una tristeza
en el mundo: la de no ser santos”, repetía. Me encanta pensar: no hay sino una
tristeza en el mundo: la de no amar. Que al final es lo mismo.
Se puede leer su testimonio
completo en http://www.ciberiglesia.net/discipulos/07/07testigos-annalena-tonelli.htm
Silencio durante el cual compartimos nuestras oraciones
Canto final
“El que me ama guardará mi
Palabra,
mi Padre lo amará (bis)
y vendremos a él y haremos
morada en Él”
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