Hemos colgado hace pocos días un breve artículo de Girolamo ("Jerónimo"), el javeriano que estuvo en Murcia y ahora sigue en Sierra Leona. Aquí ampliamos esas noticias con un artículo más largo y de gran interés.
Makeni,
13 Octubre 2014
Queridos amigos:
Hace ya
más de un mes que he regresado a Sierra Leona tras un periodo de vacaciones en
Italia.
Cuando
dejé la misión en junio el virus del ébola había alcanzado la provincia del sur
del país, proveniente de Guinea y Liberia, los dos únicos países que tienen
frontera con Sierra Leona. Mientras estaba de vacaciones, en julio, se ha
extendido también en la provincia del norte, donde se encuentra la mayor parte
de los misioneros javerianos. Esto ha empujado al presidente Ernest Koroma a
declarar el estado de emergencia, a suspender todas las actividades sociales
como el cine, torneos de fútbol, reuniones religiosas o civiles, y a hacer
intervenir al ejército para controlar la situación porque en algunos hospitales
los enfermos habían rechazado las curas y habían huido.
He tenido
por tanto ocasión de observar esta realidad desde dos puntos de vista
diferentes.
Primero
he observado el ébola desde el punto de vista de Europa, preocupada sobre todo
de no contagiarse por esta epidemia; las imágenes que la televisión ofrecía y
que presentaban las terribles consecuencias del contagio, sin duda ciertas,
daban la impresión que en Sierra Leona no se pudiese ya vivir, que el virus
estuviese presente en todos los ángulos del país y que la vida fuese imposible para todos. Las
imágenes concentradas en los hospitales y en los enfermeros vestidos como
astronautas no permitían tener una visión más amplia del país que, a pesar de
la seriedad de la tragedia, seguía viviendo.
Ahora mi
punto de vista ha cambiado: me encuentro en la ciudad de Makeni, en el distrito
de Bombali, provincia del norte, donde el virus ha dejado ya al menos 300
víctimas. Desde aquí observo, además de las imágenes ya vistas en los
documentales y en los noticieros italianos, otras imágenes de una vida normal
que continúa dentro de los límites que la epidemia impone. La gente ha aprendido
a vivir con esta amenaza y, a pesar de la seriedad de la situación, es
consciente que hace falta seguir adelante.
Las autoridades
políticas y sanitarias continúan luchando, con los pocos medios a disposición y
con personal limitado, para reducir la difusión del virus. Algunas ayudas
empiezan a llegar también de la comunidad internacional.
Los
javerianos y nuestros parroquianos estamos más tranquilos que al inicio de la
epidemia, gracias a un mayor conocimiento de las modalidades de transmisión del
contagio que se puede evitar adoptando sencillas medidas de seguridad: una
medida muy útil es evitar todo contacto físico, porque entrando en contacto con
los fluidos del cuerpo del enfermo es fácil el contagio; no nos apretamos la
mano para saludar, se han suspendido los funerales por ser lugar de encuentro
de mucha gente, se evita también lavar los cuerpos de los difuntos, que son muy
contagiosos y que son sepultados por un grupo de voluntarios, vestidos y
preparados para este fin; el gesto de la paz en la iglesia y la comunión en la
boca son en este momento un recuerdo del pasado.
Ante todo
la convicción que es necesario ejercitar la virtud de la prudencia, evitando
lugares donde el riesgo de contagio es alto;
En segundo
lugar hemos entendido que no se puede permanecer como espectadores pasivos
frente a este drama; de estas reflexiones ha surgido espontánea una pregunta: ¿qué
podemos hacer para ayudar a quienes han sido afectados por el virus?
Todas las
personas que han tenido contacto con pacientes de ébola son aisladas en casa
durante 21 días. Durante este periodo son vigiladas por soldados y policías. No
les está permitido salir del patio que rodea la casa. Cada vez que un miembro
de esta familia se contagia del ébola y
muere, la cuarentena reinicia de nuevo. Una familia de un pueblo donde hay una
comunidad cristiana está aislada desde agosto, si ninguno se enferma deberían
ser liberados el 15 de octubre, ¡50 días después de haber sido aislados!
Esta
segregación es un gran problema porque muchas familias no tienen ahorros ni
reservas de comida en casa. A la mañana se acercan al mercado a vender, o van
al bosque a recoger leña o bien otras actividades productivas que les permitan
ganar algo para comprar, al atardecer, los ingredientes que necesitan para
cocinar aquel día: el encierro en casa significa no poder desarrollar estas
actividades y por tanto no comer.
El padre
Natale, Administrador Apostólico, ha dado
a las parroquias de la Diócesis
dinero para ayudar a estas familias, y también nuestra comunidad parroquial ha querido
expresar su solidaridad llevando dones durante la procesión de las ofrendas en
la misa del domingo: sacos de arroz, cebollas, sal, carbón, dados, agua, leche
en polvo para los bebés…
Durante
la semana visitamos a las familias “secuestradas” para conocer su situación y
el día después regresamos con los alimentos que hemos recibido de los
parroquianos o comprados con los fondos donados.
El equipo
está formado por el javerianos filipino Patrick Santianez, algún miembro de la
comunidad que desea echar una mano y yo.
Cuando
llegamos cerca de la casa nos detenemos a una distancia prudencial, para evitar
cualquier contagio, pedimos noticias sobre los miembros de la familia que están
enfermos y que han sido llevados a los centros sanitarios y animamos a la familia
a tener paciencia, porque como dice el proverbio krio: “ hawevar tin tranga tete, i de dìn” (por difícil que sea una
situación, acabará). Rezamos con y por ellos y al final les damos los dones
recibidos.
Es un
momento muy sencillo y al mismo tiempo muy bello, porque para ellos es un signo
de esperanza en un momento de desesperación. Aunque sufran mucho por la pérdida
de sus seres queridos, (en una de las familias ayudadas, de 20 que eran han
sobrevivido 6) no se sienten completamente abandonados y saben que pueden
transcurrir la cuarentena con la certeza de que la comunidad no les ha
abandonado y está dispuesta a ayudarles.
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