nacimiento y primeros pasos de un profeta
TEXTO BÍBLICO: 1 Samuel 1,2-3.9-20.24-2,26.3,1-21
Elcaná tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la
otra Feniná. Feniná tenía hijos y Ana no los tenía. Elcaná solía subir todos
los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor
Todopoderoso en Siló, donde
estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí: Jofní y Fineés.
Una vez, después de la comida en Siló, mientras el
sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del templo del
Señor, Ana se levantó, y con el alma llena de amargura se puso a rezar al
Señor, llorando desconsoladamente. Y añadió este voto: “Señor Todopoderoso, si
te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, si no te olvidas
de tu sierva y le das a tu sierva un hijo varón, se lo entrego al Señor de por
vida y no pasará la navaja por su cabeza.”
Mientras ella rezaba y rezaba al Señor, Elí
observaba sus labios. Y como Ana hablaba para sí, y no se oía su voz aunque
movía los labios, Elí la creyó borracha y le dijo: “¿Hasta cuándo te va a durar
la borrachera? ¡A ver si se te pasa el efecto del vino!”
Ana respondió: “No es así, señor. Soy una mujer que
sufre. No he bebido vino ni licor, estaba desahogándome ante el Señor. No creas
que esta sierva tuya es una descarada; si he estado hablando hasta ahora, ha
sido de pura congoja y aflicción.”
Entonces Elí le dijo: “Vete en paz. Que el Dios de
Israel te conceda lo que le has pedido.”
Ana respondió: “¡Que pueda favorecer siempre a esta
sierva tuya!”
Luego se fue por su camino, comió y no parecía la de
antes. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron.
Llegados a su casa de Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó
de ella. Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel, diciendo: “¡Al
Señor se lo pedí!”
Ana crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces
subió con él al templo del Señor de Siló, llevando un novillo de tres años, una
fanega de harina y un odre de vino. Cuando mataron el novillo, Ana presentó el
niño a Elí, diciendo: “Señor, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí,
junto a ti, rezando al Señor. Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha
concedido mi petición. Por eso yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea
suyo.”
Después se postraron ante el Señor. Y Ana rezó esta
oración: “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios, mi
boca se ríe de mis enemigos, porque celebro tu salvación. No hay santo como el
Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos, no
echéis por la boca arrogancias, porque el Señor es un Dios que sabe, él es
quien pesa las acciones. Se rompen los arcos de los valientes, y los cobardes
se ciñen de valor; los hartos se contratan por el pan, y los hambrientos
engordan; la mujer estéril da a luz siete hijos, y la madre de muchos queda
baldía. El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; el Señor
da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Él levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono glorioso, pues del Señor son los pilares de la tierra y
sobre ellos afianzó el orbe. Él guarda los pasos de sus amigos mientras los
malvados perecen en las tinieblas --porque el hombre no triunfa por su
fuerza--. El Señor desbarata a sus contrarios, el Altísimo truena desde el
cielo, el Señor juzga hasta el confín de la tierra. Él da autoridad a su rey,
exalta el poder de su Ungido.”
Ana
volvió a su casa de Ramá, y el niño estaba al servicio del Señor, a las órdenes
del sacerdote Elí. En cambio, los hijos de Elí eran unos desalmados: no
respetaban al Señor ni las obligaciones de los sacerdotes con la gente. Cuando
una persona ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el
ayudante del sacerdote empuñando un tenedor, lo clavaba dentro de la olla o
caldero, o puchero o cazuela, y todo lo que enganchaba el tenedor se lo llevaba
al sacerdote. Así hacían con todos los israelitas que acudían a Siló. Incluso
antes de quemar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al que iba a
ofrecer el sacrificio: “Dame la carne para el asado del sacerdote. Tiene que
ser cruda, no te aceptará carne cocida.” Y si el otro respondía: “Primero hay
que quemar la grasa, luego puedes llevarte lo que quieras.” Le replicaba: “No.
O me la das ahora o me la llevo por las malas.” Aquel pecado de los ayudantes
era grave a juicio del Señor, porque desacreditaban las ofrendas al Señor. Por
su parte, el muchacho Samuel seguía al servicio del Señor y llevaba puesto un
roquete de lino. Su madre solía hacerle un manto, y cada año se lo llevaba
cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. Y Elí bendecía a
Elcaná y a su mujer: “El Señor te dé un descendiente de esta mujer, en
compensación por el préstamo que ella hizo al Señor.” Luego se volvían a casa.
El Señor intervino a favor de Ana, que concibió y dio a luz tres niños y dos
niñas.
El
niño Samuel crecía en el templo del Señor. Elí era muy viejo. Cuando oía cómo
trataban sus hijos a todos los israelitas y que se acostaban con las mujeres
que servían a la entrada de la tienda del encuentro, les decía: “¿Por qué
hacéis eso? La gente me cuenta lo mal que os portáis. No, hijos, no está bien
lo que me cuentan; estáis escandalizando al pueblo del Señor. Si un hombre
ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor,
¿quién intercederá por él?”
Pero
ellos no hacían caso a su padre, porque el Señor había decidido que murieran.
En cambio, el niño Samuel iba creciendo, y lo apreciaban el Señor y los
hombres.
El niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara
en aquel tiempo y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su
habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. Aún no se había
apagado la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el santuario del Señor,
donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó: “¡Samuel, Samuel!”
Y éste respondió: “¡Aquí estoy!”
Fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo: “Aquí
estoy; vengo porque me has llamado.”
Elí respondió: “No te he llamado, vuelve a
acostarte.”
Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra
vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; vengo
porque me has llamado.”
Elí respondió: “No te he llamado, hijo; vuelve a
acostarte.”
Samuel no conocía todavía al Señor; aún no se le
había revelado la Palabra
del Señor. El Señor volvió a llamar por tercera vez. Samuel se levantó y fue a
donde estaba Elí, y le dijo: “Aquí estoy; vengo porque me has llamado.”
Elí comprendió entonces que era el Señor quien
llamaba al niño, y le dijo: “Anda, acuéstate. Y si te llama alguien, dices:
Habla, Señor, que tu siervo escucha.”
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se
presentó y lo llamó como antes: “¡Samuel, Samuel!”
Samuel respondió: “Habla, que tu siervo escucha.”
Y el Señor le dijo: “Mira, voy a hacer una cosa en
Israel, que a los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día ejecutaré
contra Elí y su familia todo lo que he anunciado sin que falte nada. Comunícale
que condeno a su familia definitivamente, porque él sabía que sus hijos
maldecían a Dios y no los reprendió. Por eso juro a la familia de Elí que jamás
se expiará su pecado, ni con sacrificios ni con ofrendas.”
Samuel siguió acostado hasta la mañana siguiente, y
entonces abrió las puertas del santuario. No se atrevía a decirle a Elí la
visión, pero Elí lo llamó: “Samuel, hijo.”
Respondió: “Aquí estoy.”
Elí le preguntó: “¿Qué es lo que te ha dicho? No me
lo ocultes. Que el Señor te castigue si me ocultas una palabra de todo lo que
te ha dicho.”
Entonces Samuel le contó todo, sin ocultarle nada.
Elí comentó: “¡Es el Señor! Que haga lo que le parezca bien.”
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de
sus palabras dejó de cumplirse, y todo Israel supo que Samuel era profeta
acreditado ante el Señor. El Señor siguió manifestándose en Siló, donde se
había revelado a Samuel.
COMENTARIO BÍBLICO
La
poligamia parece explicarse por el miedo a quedar sin descendencia. Esta es la
visión del varón, ya que la mujer sin hijos quedaba en vergüenza ante las otras
esposas.
Hay
un cierto paralelismo entre los casos de Abraham, Jacob y Elcaná.
Ana
pide descendencia, y específicamente un hijo. En la peregrinación anual al
templo por la fiesta era frecuente la bebida, por lo que se daban casos de
embriaguez. la ley mandaba consagrar todos los primogénitos a Dios, pero lo que
Ana expresa es mucho más que el simple cumplimiento de un formalismo legal.
Ana
consagra su hijo al servicio del templo, y signo de ello es que su cabello
nunca será cortado (como Sansón o Juan Bautista).
Samuel
significa “aquel sobre quien se ha pronunciado el nombre de Dios”.
El
cántico de Ana al parecer en su origen era un poema que celebraba los triunfos
de algún rey, pero en los tiempos de Ana aún no había sido instaurada la
monarquía, luego puede tratarse de un poema posterior insertado aquí. El
cántico afirma que Dios controla los destinos humanos, y eso se percibe
claramente en Samuel y en Saúl. El Magnificat muestra una clara semejanza con
él y se ha basado en su esquema.
El
texto alterna intencionadamente los progresos de Samuel con la corrupción de
los hijos de Elí. El ascenso de Samuel resulta así aún más evidente. Lo mismo
se encuentra en otros lugares de la
Biblia (David y Saúl; Jesús y Juan Bautista).
Los
hijos de Elí prefieren sus propios intereses a los de Dios. En los sacrificios
se tributaba a Dios un homenaje que consistía en quemar la grasa antes de cocer
la carne. Las mujeres que servían a la entrada del santuario realizaban
funciones sagradas, lo que hace que la actuación de los hijos de Elísea aún más
grave. Su comportamiento les va haciendo cada vez más impopulares mientras que
Samuel es bendecido por Dios: nuevos hijos de su madre y el efod de lino que le
distingue como sacerdote. Y aunque había sido ya consagrado para el servicio en
el templo, eso no lo cualificaba para ejercer la misión que le aguardaba, para
la que se requiere una llamada especial de Dios. Samuel dormía en el templo,
quizá para cuidar de la lámpara que ardía constantemente de noche (la mención
“aún no se había apagado la lámpara de Dios” significa que no había amanecido)
o en funciones de vigilancia.
Elí
no menciona a Dios por su nombre y obliga a Samuel bajo amenaza a comunicarle el
mensaje que ha recibido.
La
expresión “el Señor estaba con él” tiene en el caso de Samuel mayor fuerza que
de ordinario porque significa que Dios está garantizando que sus palabras se
cumplen. Como consecuencia de ello Samuel refuerza su prestigio de hombre de
Dios, su condición de profeta es reconocida y por su presencia en él el
santuario de Siló se convierte en lugar de la revelación de Dios.
COMENTARIO MISIONERO
Este
texto continúa la espiritualidad bíblica de la atención de Dios hacia los
pobres, porque a los ricos les cuesta entrar en la lógica de Dios. El problema
no es tanto el dinero sino la actitud que adoptamos frente a Dios.
En
el texto aparece Dios como castigador, pero más bien se trata del Dios que ama
la justicia, que recuerda a los pobres y ofendidos. El cántico de Ana refleja
bien dicha espiritualidad: Dios escucha la aflicción. Y la madre tampoco se
olvida de sus promesas, igual que Dios.
En
Chad hemos encontrado muchas mujeres cristianas que no tienen hijos. Ese drama
las ha acercado a la Palabra
y a la Iglesia
para encontrar otra forma de fecundidad. En el mundo rural africano hemos
encontrado personas, hombres y mujeres, humanamente religiosos, personas que
han oído hablar de Dios y lo viven de verdad…
En
el santuario hay corrupción, pero a la vez hay santidad y posibilidad de
escucha de Dios. En la Iglesia
ha habido casos de corrupción, pederastia… Su imagen está dañada y a la vez hay
otras personas que “purifican” las cosas, por ejemplo el papa Francisco.
Han
cambiado mucho las familias. Antes se deseaba que alguien en la familia se
consagrase a Dios, ahora esto es inconcebible. Hay familias en el mundo
africano que rezan para que Dios llame a sus hijos.
Vivir
la fe con hondura desestabiliza. Fundar la vida en Dios es visto como una
locura. Hay poco rechazo a Dios y a lo trascendente y sin embargo mucho rechazo
a lo institucional, por ejemplo a la Iglesia.
Hay una búsqueda de Algo, de una trascendencia, que parece a veces silencioso, o que no se
expresa todo lo que quisiéramos. Deseamos que el objeto de nuestras búsquedas
nos llene y nos haga felices. Si buscamos la autorrealización, vale de todo; si
buscamos sin embargo sinceramente a Dios será Él quien irá marcando el camino,
porque la Biblia ,
desde la primera palabra hasta la última, es un intento de que caminemos como
pueblo, que busquemos armonía, que nos unamos.
Para
un compromiso social no hace falta la fe, hay valores comunes a todos los
humanos. Lo que sí es diferente es la motivación. Necesitamos una
espiritualidad del compromiso.
Jesús
llegó a tal nivel de humanidad como solo lo puede ser Dios. A la vez, no
podemos mutilar a Jesús de su comunión y continua relación con el Padre.
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