HOMILÍA PASCUAL
1) ¿Las piedras se mueven solas?
2) Un mundo de colores.
3) La muerte como compañera.
4) La fe también come.
5) A la escucha de los crucificados.
6) ¿Sugestión colectiva o fuerza de Dios?
1) Las mujeres encuentran movida la piedra del sepulcro. Esto me recuerda un cuento oído recientemente: un padre invita a su hijo a mover una piedra enorme. El hijo lo intenta con todas sus fuerzas, empujando de todos lados, haciendo palanca con todo lo que encuentra… hasta que desiste y dice a su padre que se rinde: “He intentado mover la piedra de todas las formas posibles y no he podido”. A lo que el padre responde: “¿De todas las formas posibles? ¿Estás seguro? No lo creo, porque aún no me has pedido ayuda”. Trasladado el mensaje del cuento a nuestra relación con Dios nos damos cuenta de que ciertos logros no los podemos alcanzar solos. Aunque todos unidos queramos resucitar a Jesús, no lo lograremos. Hace falta la fuerza de Dios para esto y para todo. Aunque eso sí, Dios conoce los deseos profundos que llevamos en nuestro corazón y los tiene en cuenta.
2) La piedra movida y el sepulcro vacío no son más que signos ambiguos. De hecho, cuando se hacen encuestas entre los cristianos sobre los dogmas en los que creen y en los que no creen, menos de la mitad responden creer en la resurrección. Como diría San Pablo, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Pero si Cristo ha resucitado, ¡todo adquiere sentido! Podemos soñar con un mundo mejor, podemos ver la vida llena de colores, podemos creer en que el bien vence al mal, la vida a la muerte, la justicia a la injusticia, la bondad a la violencia, la verdad a la mentira… porque Dios así lo ha demostrado resucitando a su Hijo Jesús. No somos ingenuos y sabemos que somos cómplices del mal de nuestro mundo, pero eso no nos paraliza para comprometernos en la transformación de la realidad porque Dios se hace garante de que nuestros esfuerzos, de forma que nosotros no conocemos, tendrán fruto.
3) Todo esto no nos evita ni el sufrimiento, ni el fracaso, ni la muerte. La muerte nos va a seguir visitando con dolor, dejándonos mil preguntas y ninguna respuesta… Pero ya no es lo mismo: las puertas de la vida han quedado abiertas para nosotros de par en par, la muerte se ha vuelto un nuevo nacimiento a otra realidad.
Tengo una amiga que ante hechos dolorosos como la muerte de alguien cercano, enfermedades… me comenta: “¡Qué suerte tenéis los que creéis!” Siendo esta afirmación verdad, me despierta una alarma de peligro, porque podemos entender mal la fe, querer poseerla o creer que nos basta guardarla en una caja fuerte y tenemos todo resuelto. Nada de esto: la fe se fortalece dándola, la fe necesita ser alimentada y ser puesta en juego. Si no, se evapora.
4) ¿Cómo podemos alimentar nuestra fe en la resurrección? Hay medios evidentes, en los que no insisto: los sacramentos y la escucha de la Palabra de Dios. Me detengo en otros dos menos evidentes. Por un lado, el amor gratuito. No haría falta añadir “gratuito” al sustantivo “amor”, pero nos damos cuenta de lo mucho que lo que nosotros llamamos amor está condicionado por la búsqueda de un beneficio para nosotros. El amor gratuito nos lleva a la cercanía con los crucificados de hoy, a la solidaridad con los últimos. Por desgracia, son muchos: ¡hay tantos pies que lavar y tantos crucificados en la cuneta de nuestra historia! Y con la crisis de nuestra sociedad occidental la cifra de crucificados va a aumentar… Nos queda la esperanza de que, si la cruz de Cristo es camino de vida, también las nuestras lo serán.
5) Esa cercanía a los crucificados no tiene como objetivo principal ayudar (aunque naturalmente esto no queda excluido), sino escuchar y aprender ¿Pueden los últimos de nuestro mundo enseñarnos algo? El mismo Jesús daba gracias a Dios porque los sencillos entendían las cosas de Dios, y nosotros estamos llamados a la misma experiencia de descubrir vida donde a simple vista sólo hay muerte. En este sentido, ¡cuánta vida se puede celebrar durante una vigilia pascual en África, por ejemplo, continente crucificado por excelencia! Precisamente cuando mayor es la oscuridad, más apreciamos la luz. Lo mismo pasa con la vida: donde la muerte es señora la fiesta de la vida se celebra con especial entusiasmo. De hecho, los misioneros que hemos pasado por Chad nos decíamos que nos bastaba la celebración de la Pascua para sentirnos gratificados y con fuerzas para todo el año por la vida que recibimos a raudales en ese momento.
6) Claro, todo esto puede no ser más que una ilusión, una sugestión colectiva. Volvemos a lo del inicio: los signos visibles de la resurrección en los relatos de los evangelios son ambiguos. Juan, Pedro, María Magdalena… se encontraron con la piedra del sepulcro quitada y la tumba vacía ¿Por causas humanas o por la fuerza de Dios? Ellos creyeron en esta última respuesta y su vida se transformó: crecieron en fe y en humanidad, transmitieron vida a otros, fueron valientes y verdaderos, anunciaron la Palabra… Ellos son la mejor prueba de que Jesús ha resucitado. Y si ellos transformaron sus vidas, nosotros también podemos.
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