TEXTO BÍBLICO (1 Samuel 19,8-10.26,1-25)
Se reanudó la guerra y David
salió a luchar contra los filisteos; los venció y les ocasionó tal derrota, que
huyeron ante él. Saúl estaba sentado en su palacio con la lanza en la mano,
mientras David tocaba el arpa. Un mal espíritu enviado por el Señor se apoderó
de Saúl, el cual intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero David la
esquivó. Saúl clavó la lanza en la pared y David se salvó huyendo.
Los de Zif fueron a Guibeá a
informar a Saúl: “David está escondido en el cerro de Jaquilá, en la vertiente
que da a la estepa.”
Entonces Saúl emprendió la bajada
hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida
en busca de David. Acampó en el cerro de Jaquilá en la vertiente que da a la
estepa, junto al camino. Cuando David, que vivía en el páramo, vio que Saúl
venía a por él, despachó unos espías para averiguar dónde estaba Saúl. Entonces
fue hasta el campamento de Saúl y se fijó en el sitio donde se acostaban Saúl y
Abner, hijo de Ner, general del ejército; Saúl estaba acostado en el cercado de
carros y la tropa acampaba alrededor. David preguntó a Ajimélec, el hitita, y a
Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab: “¿Quién quiere venir conmigo al campamento
de Saúl?”
Abisay dijo: “Yo voy contigo.”
David y Abisay llegaron de noche
al campamento. Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la
lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados
alrededor. Entonces Abisay dijo a David: “Dios te pone el enemigo en la mano.
Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.”
Pero David le dijo: “¡No lo
mates, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor! ¡Vive
Dios, que sólo el Señor lo herirá: le llegará su hora y morirá, o acabará
cayendo en la batalla! ¡Dios me libre de atentar contra el ungido del Señor!
Toma la lanza que está a la cabecera y el botijo y vámonos.”
David tomó la lanza y el botijo
de la cabecera de Saúl y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni
despertó; estaban todos dormidos, porque los había invadido un letargo enviado
por el Señor. David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte,
lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó a la tropa y a Abner, hijo de
Ner: “Abner, ¿no respondes?”
Abner preguntó: “¿Quién eres tú,
que gritas al rey?
David le dijo: “¡Pues sí que eres
todo un hombre! ¡El mejor de Israel! ¿Por qué no has guardado al rey, tu señor,
cuando uno del pueblo entró a matarlo? ¡No te has portado bien! ¡Vive Dios!,
que merecéis la muerte por no haber guardado al rey, vuestro señor, al ungido
del Señor. Mira dónde está la lanza del rey y el botijo que tenía a la
cabecera.”
Saúl reconoció la voz de David, y
dijo: “¿Es tu voz, David, hijo mío?”
David respondió: “Es mi voz,
majestad.” Y añadió: “¿Por qué me persigues así, mi señor? ¿Qué he hecho, qué
culpa tengo? Que vuestra majestad se digne escucharme: si es el Señor quien te
instiga contra mí, apláquese con una oblación; pero si son los hombres,
¡malditos sean del Señor!, porque me expulsan hoy y me impiden participar en la
herencia del Señor, diciéndome que vaya a servir a otros dioses. Que mi sangre
no caiga en tierra, lejos de la presencia del Señor, ya que el rey de Israel ha
salido persiguiéndome a muerte, como se caza una perdiz por los montes.”
Saúl respondió: “¡He pecado!
Vuelve, hijo mío, David, que ya no te haré nada malo, por haber respetado hoy
mi vida. He sido un necio, me he equivocado totalmente.”
David respondió: “Aquí está la
lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada
uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no
quise atentar contra el ungido del Señor. Que como yo he respetado hoy tu vida,
respete el Señor la mía y me libre de todo peligro.”
Entonces Saúl le dijo: “¡Bendito
seas, David, hijo mío! Tendrás éxito en todas tus cosas.”
Luego David siguió su camino, y
Saúl volvió a su palacio.
COMENTARIO BÍBLICO
Que Saúl quiere acabar con la
vida de David por envidia en un tema recurrente en el libro de Samuel.
La persecución de Saúl a David y
cómo este le perdona la vida está también descrito en el capítulo 24, pero en
el presente texto hay detalles más interesantes.
Joab y Abisay eran hijos de una
hermana de David. Abisay es una personalidad muy voluble.
El “ungido del Señor”, aunque se
haya convertido en un enemigo, merece respeto.
Llevarse la lanza del rey supuso
una acción excepcionalmente atrevida, posiblemente única porque, según la mentalidad
del Primer Testamento, sobre los seguidores de Saúl había caído “un profundo
sueño de parte del Señor”.
La burla lanzada contra Abner
sirve para poner de relieve el carácter sagrado de la real persona.
Las palabras de David a Saúl
reflejan la estrecha relación entre el país y la divinidad.
David interpreta su destierro de
Israel como una separación simultánea de Dios, lo que equivale a “servir a
dioses ajenos”. Semejantes son las actitudes de Rut (Rut 2,12) y Naamán el
sirio (2 Reyes 5,17).
Las suaves palabras de Saúl
(curiosamente en el capítulo 24 van más lejos y son más categóricas) no tienen
efecto alguno en cuanto a la situación, que sigue igual.
COMENTARIO MISIONERO
Nos descoloca la frase “un mal
espíritu enviado por Dios”. Quizá con ello se pretende eximir de
responsabilidad al elegido de Dios en sus deseos homicidas.
David se salva huyendo. La huida
a veces es el único medio que nos queda para evitar la pelea hasta que lleguen
tiempos mejores.
David es atrevido y valiente. En
ello se nota que la fuerza de Dios está con él. Y nos preguntamos: ¿en que
actitud hay más fuerza de Dios, en la de matar a 10.000 enemigos en la batalla
o en la de perdonar la vida a una sola persona? El caso es que David en su vida
será capaz de mucho perdón cuando es humilde y de mucha perfidia cuando es
prepotente.
Sueño de Saúl y los suyos
¡Cuántas veces vivimos dormidos ante los favores de Dios y de los demás!
Continuamente Dios está “perdonándonos” la vida.
Saúl usa la lanza y David el
arpa. Reflejan lógicas distintas. Saúl intenta clavar a David con la lanza y
los compañeros de David pretenden hacer lo mismo con Saúl, pero David supera la
mera venganza. David actúa de tal forma que descoloca a Saúl, que no espera que
su vida sea respetada por el “enemigo”. Y sin embargo David es un guerrero, y
en las guerras de los pueblos vecinos contra Israel mata ¿Dónde queda entonces
el mandamiento “no matarás”? En aquel tiempo era un mandamiento válido dentro
del pueblo elegido, pero con los adversarios de ese pueblo no era aplicable.
Menos mal que el camino que Jesús propone trasciende las fronteras, y no solo
eso, Jesús supera la simple prohibición de hacer el mal a otros. Tampoco es
válida la indiferencia. De lo que se trata es de dar vida (Mateo 5,21-26).
David perdona la vida de Saúl
porque va más allá de valorarlo por sus acciones, en este caso por sus impulsos
homicidas que le hacen comportarse como enemigo, para verlo en su ser más
profundo como ungido de Dios. En nuestro caso, todos somos hijos de Dios y por
este hecho elegidos suyos. Solo esto nos permite superar el antagonismo con el
enemigo. En nuestro día a día lo que llama la atención y es noticia es la
violencia. Necesitamos casos de perdón, de amor a los enemigos, de vida a pesar
de la violencia.
David se lleva la lanza con la
que Saúl quería acabar con él, y su botijo ¿Por qué el botijo? Nos parece que
por lo vital que resulta el agua en esas tierras: dejarle a alguien sin agua es
como dejarle sin su fuente de vida. Jesús se manifiesta como la fuente de agua
viva, con Él no tendremos más sed (Juan 4,10-15).
La realidad final es que las
cosas no cambian. En la vida real nos pasa también muchas veces así: pedimos
perdón, nos reconciliamos, pero la situación de enfrentamiento vivida deja su
huella, ya la relación no es como antes.
A veces tenemos la impresión que
Dios favorece más a unas personas que a otras, por ejemplo en este caso que
Dios da más cualidades a David que a Saúl ¿Será que nos da a todos las mismas
cualidades y oportunidades y después depende de cómo las utilicemos nosotros?
En el debate nos respondemos nosotros mismos que Dios nos hace libres, que el
favor de Dios no se ve, y que incluso si hay signos de ese favor ante nosotros
no siempre estamos entrenados para verlos. Por ejemplo en el evangelio de la
oración del fariseo y el publicano (Lucas 18,9-14) a simple vista parecería
que, por la vida que llevan, es el fariseo quien goza del favor de Dos cuando
en realidad quien vuelve a casa justificado es el publicano. Jesús rompe
nuestros esquemas y nuestras falsas imágenes de Dios. Y además nosotros con
nuestras actitudes no estamos lejos de lo que la Biblia nos describe porque
también nosotros cometemos grandes errores y grandes aciertos. Lo que queda
claro, para el pueblo Israel y para nosotros, es que Dios sigue esperando.
Necesitamos leer la Biblia en clave de
liberación, atravesando esa “corteza” que a veces tiene la Biblia de expresiones
difíciles de entender, de violencia, de pueblo elegido opuesto a los demás…
porque en ella hay siempre un camino de liberación del que se va a hacer eco
Jesús, a partir de quien interpretamos toda la Biblia.
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